22 Oct 2020

Teología Elemental: Teología del Pacto

…la teología del pacto nos muestra la iniciativa de Dios para entrar en comunión con nosotros…
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Por Dr. J. Alberto Paredes

Siguiendo las recomendaciones de un mentor, de vez en cuando me daré a la tarea de escribir una breve introducción a algunos términos técnicos que forman parte de las creencias más elementales de nuestra teología. Trataré de explicar una idea teológica de la forma más sencilla posible y en menos de 800 palabras (comenzando ahora).

Teología del Pacto

Uno de los distintivos teológicos más importantes del cristianismo bíblico es el concepto de pacto. Al leer a través de la Escritura, vemos esta palabra una y otra vez, y el concepto de pacto está en prácticamente toda la Revelación. Un pacto es una acuerdo entre dos partes en la que existen condiciones y promesas. Pero, más importante aún, el pacto es el medio que Dios ha elegido para relacionarse con sus criaturas (humanas). 

La Confesión de Fe de Westminster en la primera sección del capítulo siete nos recuerda que la distancia entre Dios y el hombre es tan grande, que la única manera en que el hombre pueda obtener plenitud y galardón de parte de Dios es si Él condesciende de forma voluntaria. A esta condescendencia voluntaria de Dios para con el hombre le llamamos pacto. En realidad, la teología del pacto es acerca de nuestra comunión con Dios. 

La tradición reformada reconoce tres pactos fundamentales.

Pacto de Obras

El primer pacto que encontramos en la Biblia es conocido como el Pacto de Obras. En este pacto, Dios establece una relación con Adán a quien promete (implícitamente) vida eterna bajo la condición de una obediencia personal perfecta que debía ser demostrada al abstenerse de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal, por ello se le llama Pacto de Obras. Del mismo modo, promete la muerte en caso de no cumplir con las condiciones (Ge. 2:16-17). 

Si bien la palabra ‘pacto’ no aparece en el texto, existen dos motivos importantes para considerar esta primera interacción como un pacto. La primera razón es que encontramos todos los elementos esenciales de un pacto en aquella narrativa del Génesis. La segunda, es que el pueblo de Israel lo entendía como un pacto. Oseas 6:7 hace referencia a la caída precisamente como un pacto que Adán rompió, y acusa a Israel de estar haciendo lo mismo.

Lamentablemente, Adán no pudo cumplir con aquella condición. Y siendo el representante de todos los hombres, en él todos caímos (1 Co. 15:22). De una forma, todos nacemos de manera predeterminada, como Adán, en este tipo de pacto con Dios, con este requisito de una obediencia personal perfecta que, debido a nuestro pecado, no podemos cumplir. Por tanto, otro pacto era necesario.

Pacto de Gracia

Tras la caída, Dios hizo una promesa: de la mujer vendría uno que aplastaría de una vez por todas la cabeza de la serpiente (Ge. 3:15). Con esta promesa, Dios anunciaba por primera vez un nuevo y mejor pacto; uno en el que nuestro mediador o representante sí cumpliría con la obediencia perfecta requerida desde el principio, y cuya justicia y beneficios serían gratuitamente otorgados a todo aquél que pusiera su confianza en Él. Este mediador sería Jesús, Dios encarnado, y debido a la naturaleza de este nuevo pacto, cuya condición sería la fe en Él con la promesa de vida eterna para quien cree (Jn. 3:16) se le llama Pacto de Gracia.

Claro, Jesús no se apareció a Adán y a Eva justo después de la caída, por lo que este pacto, aunque conserva los mismos elementos esenciales a través de la historia bíblica, se manifestó paulatinamente hasta revelarse claramente con Jesús. Por gracia Dios eligió a Abraham prometiendo bendecir por él a todas las naciones (Ge. 12:1-3; 15:1-21). Por gracia liberó a Israel de Egipto dándoles su ley y a Moisés como mediador para conocerle mejor, y poder adorarle (De. 7:6-11). Por gracia prometió a David que su linaje sería eternamente establecido en el trono (2 Sam. 7:1-17). Por esa misma gracia Dios envió a Cristo, en quién todas esas promesas se cumplieron (Heb. 8:6). La condición siempre fue la fe en Aquél que habría de venir, y en nuestro caso en Aquél que ya ha venido a cumplir todo. 

Pacto de Redención

Por último, el Pacto de Redención toma lugar en la eternidad (Ef. 1:3-14). En este pacto, Dios participa consigo mismo (Sal. 110:1). El Padre ha prometido entregarle al Hijo una novia pura y santa (Ap. 21:2), glorificándole de esta manera (Jn. 17:1-5). El Hijo ha prometido entregarse a sí mismo por esta novia, la iglesia, para gloria del Padre (Fil. 2:5-11). De este modo, Jesús se somete y cumple con las condiciones de este pacto logrando la redención de los elegidos de Dios, para la gloria de Dios. Este pacto nos enseña que Dios siempre ha tenido un único plan eterno (Is. 49:1-7).

El corazón de la teología del pacto es este, aquello para lo que fuimos creados será cumplido: tener una relación con Dios como nuestro Dios y Padre. Seremos su pueblo, y Él será nuestro Dios, seremos sus hijos, y Él será nuestro Padre (Gen. 17:7; Ex. 6:7; Lev. 26:45; Ez. 36:28; Jer. 30:22; 2 Co. 6:16,18; Ap. 21:3-4). En este sentido, la teología del pacto nos muestra la iniciativa de Dios para entrar en comunión con nosotros, por esto le debemos toda adoración.

Médico graduado de la Universidad Anáhuac Mayab. Director y Fundador de Enviados México. Maestro en Divinidad y Maestro en Estudios Teológicos, y por el Seminario Teológico Reformado de Charlotte, Carolina del Norte. Autor del libro «Santa Cena Virtual». Ha publicado entradas en otros ministerios como Dios es Santo; y artículos oficiales en el Christian Research Institute. Pasión creciente por la Palabra, y pasión por Latinoamérica.

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