Sufrimiento y Evangelio
¿Cómo apunta el sufrimiento a la gracia de Dios?
El sufrimiento, en ocasiones, es difícil de explicar. Es cierto que muchas veces viene como consecuencia de nuestros propios pecados, pero no siempre es así. A veces, el sufrimiento, en términos humanos, no tiene una buena explicación. ¿Qué explicación podemos darle a una madre que ha perdido a su recién nacido? ¿Cuál a una esposa que ha perdido a su esposo quedándose sola con tres niños? ¿Cómo explicamos el dolor de un niño a quienes sus padres simplemente abandonaron sin razón?
Ahora bien, aunque no todo el sufrimiento tiene una explicación humana, podemos estar seguro de que todo sufrimiento tiene un propósito. Dado que la Palabra nos muestra que verdaderamente Dios es absolutamente soberano sobre todo lo que ocurre en la historia de la humanidad; podemos estar confiados que Él ha permitido tales situaciones con un propósito santo. Y si bien, no podemos explicar al momento las particularidades sobre el por qué Dios permite que cada uno sufra de diversas maneras, sí hay algunas nociones generales que podemos, y debemos tener como cristianos acera del sufrimiento.
C. S. Lewis dijo que “Dios nos susurra al oído en nuestro gozo, pero que nos grita a gran voz en nuestros sufrimientos…El sufrimiento es el megáfono de Dios.” Pero ¿qué es lo que Dios quiere que veamos a través del sufrimiento?
Quiero proponer, por lo menos, tres aspectos generales a los que el sufrimiento apunta: un evento pasado, nuestro estado presente, y una esperanza futura.
Un Evento Pasado
Cuando Dios terminó de crear el mundo, la Biblia dice que Él pronunció una bendición sobre todo aquello cuanto había hecho, diciendo: “Esto es bueno en gran manera” (Gen. 1:31). Sin embargo, unos cuantos capítulos más adelante, Dios se enciende terriblemente en ira debido a que los pensamientos del hombre eran continuamente el mal (Gen. 6:5); tanto así, que termina por destruir prácticamente a toda la raza humana, y sin embargo, la maldad del hombre nuevamente encuentra su camino en nuestros corazones de manera tal, que del Génesis al Apocalipsis la Biblia está llena de pasajes que nos dejan ver la presencia de dolor y sufrimiento; a veces en cuestiones tan sencillas como lo cansado de la labor y el trabajo, a veces en cuestiones tan graves como el sacrificio de infantes o terribles episodios de violación. ¿Qué fue lo que sucedió?
La Palabra de Dios nos da una explicación general para el origen de todos estos males, incluidos el dolor y el sufrimiento. Dios crea al hombre en un estado de bondad, pero con la posibilidad de cambio. Un estado al que San Agustín llama posse peccare, posse non peccare (con la habilidad de pecar, o de no pecar). Le da un corazón y una voluntad que, de haberse mantenido intactas, hubieran continuado deseando y amando al Señor perfectamente. Sin embargo, en el jardín del Edén, la Serpiente inserta una idea novedosa, una que contradice la Palabra de Dios. Y lejos de repudiar esta idea, Adán y Eva, voluntariamente meditan sobre ella, reflexionan, y la abrazan. ¿La idea? Tu puedes ser tu propio Dios.
Al momento de abrazar esta idea, Adán, siendo el representante de la humanidad en ese momento, algo así como el capitán del equipo, se rebela contra Dios, y desde entonces, todos sufrimos las consecuencias, todo el equipo fue penalizado. Y así entró a una creación perfecta aquello que la Biblia llama pecado.
A este evento se le llama la caída. Y la caída, tiene consecuencias porque Dios es un Dios Santo. Esto quiere decir que Él no tolera el pecado y la maldad, y que es tan distinto a nosotros, que, en nuestra condición de pecadores, no podríamos estar delante de Él y sobrevivir para contarlo. Por tanto, el hecho de que nosotros seamos pecadores distorsiona la relación ideal que debíamos tener con nuestro Creador. Las criaturas que debían amar y anhelar a su Creador, ahora lo rechazamos y nos alejamos cada vez más de Él.
Las criaturas que debían amar y anhelar a su Creador, ahora lo rechazamos y nos alejamos cada vez más de Él.
Esto nos lleva precisamente a reflexionar en el estado presente en el que vivimos.
Nuestro Estado Presente
La consecuencia del pecado, desde el principio, ha sido la muerte, y lo sigue siendo hasta el día de hoy. No simplemente la muerte física instantánea, sino que la muerte eterna: el sufrimiento y dolor completo de una separación de la presencia amorosa de un Dios Santo, para experimentar su presencia en ira, juicio y maldición por el resto de la eternidad. Y dado que somos nosotros mismos quienes nos rehusamos a vivir cercanos a nuestro Creador, no sólo esta relación con Dios se rompió, también nuestra relación entre seres humanos, y con el resto de la creación fueron quebrantadas.
Miremos a nuestro alrededor. El pecado es una realidad en nuestras vidas. Nosotros pecamos, y pecan contra nosotros. Todos queremos ser nuestro propio Dios. Todos queremos la gloria. Todos queremos ser servidos. Y nadie quiere servir. Por otro lado, vean la naturaleza, terremotos, tormentas, hambre, enfermedades, etcétera. Todo a consecuencia de esa caída.
Pero nuestro estado presente no sólo es un estado de profunda miseria, sino, a una escala más profunda, es un estado de tremenda necesidad.
Estamos desesperadamente necesitados de restablecer aquellas relaciones que fueron rotas en la caída. Principalmente, necesitamos restablecer nuestra relación con Dios, y de allí seguirá el restablecimiento de nuestras relaciones con nuestros semejantes, y con el resto de la creación. Sin embargo, esta necesidad no puede ser satisfecha por nosotros. Al haber caído en pecado, todos la descendencia de Adán quedó en un estado al que Agustín denominó non posse non pecare (sin la habilidad de no pecar, o lo que es lo mismo, únicamente con la habilidad de pecar). Es por esto, que el mismo Dios Santo quien nos creó, y decretó la historia de la humanidad, eligió desde el principio a aquellos por los que mandaría a Cristo Jesús, la segunda persona de la Trinidad, quien tomó para sí una naturaleza como la nuestra, humana; precisamente para que podamos tener un representante que cumpliera lo que Adán no pudo cumplir.
Jesús, como nuestro nuevo representante, vivió una vida perfecta; pero no solo eso. Sino que sufrió todos los padecimientos y el dolor que nos podamos imaginar. Porque no solo debía vivir a favor de nosotros, sino que, para mantener intacta la justicia de Dios, debía representarnos también en el castigo que merecíamos por nuestro pecado; en el que debió haber sido nuestro castigo: la muerte de cruz. Además, el sufrimiento de Cristo fue terriblemente peor que el nuestro; pues Cristo sufrió como inocente, sufrió como alguien que no conoció pecado, pero que se hizo pecado por nosotros, para que nosotros fuésemos hechos justos delante de Dios (2 Co. 5:21), y que experimentó la terrible ira del Padre en nuestro lugar. ¿Por qué?
Es aquí donde veremos la tercera cosa a la que el sufrimiento apunta.
Una Esperanza Futura
Si bien es cierto que la Palabra de Dios muestra dolor y sufrimiento desde Génesis hasta Apocalipsis; también es cierto que el Génesis inicia con un jardín perfecto, sin maldad y sin dolor, y el Apocalipsis cierra también con una ciudad perfecta, libre de todo sufrimiento.
Nuestro sufrimiento actual debe también llevarnos a recordar que éste no es el fin de la historia. C. S. Lewis menciona nuevamente que “los pequeños sufrimientos que experimentamos en esta vida nos recuerdan que estamos aquí como extranjeros y peregrinos, y que no pertenecemos a este lugar…” Verdaderamente no pertenecemos a este lugar caído. Fuimos hechos para estar en completa comunión con Dios, fuimos hechos para celebrarlo a Él y amarlo a Él por toda la eternidad. Y cuando Cristo venció en la cruz, el logró hacer por nosotros lo que nosotros no podíamos hacer, reconciliarnos con el Padre. El resucita al tercer día y manda a su Espíritu Santo para que estas buenas noticias de lo que Jesús ha hecho sean conocidas de generación en generación.
Gracias a los sufrimientos de Cristo, el día de hoy tenemos la oportunidad de poner nuestra fe en Él, el varón de dolores, experimentado en quebranto, quién nos comprende en medio de nuestro sufrimiento pues ha sido partícipe del mismo, dándonos nueva vida en Él; una vida que no cae en la desesperación total, pues reconoce que, en Cristo, hay esperanza; pues reconoce que el sufrimiento de esta vida es temporal, y que la verdadera morada celestial es eterna. Hay esperanza porque Cristo sufrió la infinita ira de Dios para que los sufrimientos de su iglesia tengan fin. Cuando esto sucede, las relaciones con Dios, con nuestros semejantes, y con el resto de la creación son restablecidas, y el Espíritu Santo comienza a trabajar en nosotros haciéndonos cada vez más como Cristo, hasta que lleguemos a su presencia, al estado en el que no podamos pecar más, lo que Agustín llama non posse peccare.
Hay esperanza por que Cristo sufrió la infinita ira de Dios para que los sufrimientos de su iglesia tengan fin.
Sin embargo, no todos escucharán esta verdad. No todos creerán en lo que Cristo hizo ni vendrán en arrepentimiento y fe dispuestos a dejar de vivir para sí mismos y comenzar a vivir para el Rey. Para estas personas, el sufrimiento actual es el mejor. Para estas personas la gracia se revela dándoles en esta vida un sufrimiento leve, en comparación con el sufrimiento eterno que vendrá sobre todo aquél que rechaza al Hijo de Dios.
Por lo tanto, el sufrimiento actual en tu vida te recuerda un evento pasado; la caída. Te recuerda un estado presente; de profunda necesidad. Pero, sobre todo, te hace reflexionar sobre esta esperanza futura. Si esta esperanza no es una realidad para tu vida, hoy puede ser el día en que el Señor cambie eso. Si deseas conocer más sobre quién es Dios y cuál es Su voluntad para sus hijos, te invito a que nos escribas, con gusto nos comunicaremos contigo y podemos orientarte hacia una iglesia local.