Unas Preguntas Que Importan
Durante mucho tiempo, y desde la infancia, en círculos evangélicos se enseña comúnmente que “no hay pecado chico ni pecado grande”, o que “todos los pecados son iguales delante de Dios”. Ahora bien, entiendo que el propósito de estas enseñanzas es que nos alejemos de todo pecado, sin embargo, ¿qué es lo que verdaderamente dice la Biblia al respecto? Pues, si en realidad no hay pecados más graves que otros, ¿por qué no seguir adelante con un deseo lascivo y consumarlo ya sea con pornografía o con algún otro modo de fornicación? ¿No es cierto, que de cualquier modo ya he cometido adulterio en mi corazón? Siendo esto así, ¿no es también una exageración de parte de Dios que todo pecado merezca la condenación eterna?
En muchas ocasiones me he enfrentado con estas preguntas, y son dudas que debemos estar totalmente preparados para responder a otros, y a nuestros propios corazones cuando seamos tentados a pecar contra nuestro Santo Dios.
La Esencia del Pecado y Su Consecuencia
En esencia, la raíz de todo pecado es la misma. Cuando uno peca contra el Señor, como menciona el teólogo R.C Sproul, se comete una traición cósmica, y por implicación, se le dice a Dios algo como esto: ‘Dios, mi sabiduría, poder, y gloria son mayores que los tuyos, así que no tengo por qué someterme a Tu voluntad. Haré mi voluntad pues soy mejor que Tú. Tú no me gobiernas, yo me gobierno, Tú no eres mi Dios, ese soy yo’.
En este sentido, la soberbia, egoísmo y perversidad que residen en un corazón que está cómodo con haber blasfemado de esta forma, son motivo más que suficiente para la pena capital del pecado, que es la muerte (Ro. 6:23). Además, saber que este pensamiento y corazón son en contra de Dios, que es Santo y Eterno, exigen un castigo acorde al crimen. De manera que no, Dios no exageró al poner el infierno como castigo justo por el pecado.
Lamentablemente, en los círculos evangélicos contemporáneos, muchas veces no existe un entendimiento correcto o una dimensión apropiada de la Santidad de Dios, por lo que la paga del pecado nos puede parecer exagerada. Pero el castigo eterno en el infierno, en lugar de llevarnos a cuestionar la moral divina, nos puede ayudar a dimensionar lo aborrecible de nuestro pecado delante de Él. Debe llevarme a comprender que un sólo pecado mío es tan abominable, malvado y perverso, que toma toda la eternidad futura pagar por aquel crimen.
Distintos Pecados, Distinta Gravedad, Distintas Consecuencias
Habiendo dicho esto, creo que los alcances de los distintos pecados, así como la cantidad de ellos son bíblicamente diferentes, tanto en este tiempo como en la eternidad. No al modo que propone la iglesia Católica Apostólica Romana cuando habla de pecados mortales y veniales, sino que la justicia perfecta de Dios demanda que se pague lo debido por cada pecado específico cometido en la historia humana.
Si bien, en citas como Romanos 3:23 y Santiago 2:10 se nos deja bien claro que la paga del pecado es la muerte, y que quien ha fallado en una letra de la ley la ha quebrantado toda, también Santiago nos dice que los maestros (que no enseñen conforme a la Palabra) llevarán mayor condenación (Sant. 3:1). Jesús le dice a Poncio Pilato que aquél que lo entregó tiene mayor pecado (Jn. 19:11). La Palabra habla de un pecado que es imperdonable (Mt. 12:31-32), y también hay pecados que sobresalen como especialmente abominables delante de Dios tanto en el Antiguo (Pr. 6:16-19) como en el Nuevo Testamento (Ro. 1:28-31). Esto es tan evidente en la ley, que no es lo mismo el haber matado al buey de tu vecino accidentalmente, que el desobedecer y rebelarse activa y continuamente a los padres, uno de ellos, por orden divina, conlleva la pena capital.
Tomando en cuenta, además, la muerte como un estado y no como suceso, es perfectamente compatible concebir que, en el estado de muerte eterna, es decir, en el infierno, existan tormentos adecuados perfectamente por la justicia de Dios a los pecados cometidos por cada hombre en específico.
¿Qué hay de la Gracia?
Por supuesto que sabemos que, para aquellos que han depositado su plena confianza en Cristo Jesús como Señor y Salvador, aquellos que, por fe, reconocen que Jesucristo ha vivido la vida perfecta que no podían vivir, y que Él ha cargado con la culpa de todos nuestros pecados, existe gracia. Es decir, existe este regalo no merecido de la salvación en Cristo. Esto nos alegra, y nos hace amarle más por cuanto entendemos que nos ha rescatado de el justo juicio y la ira de un Dios Santo, y no sólo eso, sino que gratuitamente nos ha revestido con Su justicia perfecta, haciéndonos así agradables ante los ojos del Padre, mediante la obra del Espíritu Santo. Es decir, sabemos que hay esperanza para nosotros, pues donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia (Ro. 5:20).
Conclusiones
Todo esto no debe llevar un hijo de Dios al antinomianismo, es decir, a vivir como si no hubiera ley. ¿Acaso debemos pecar para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! ¿Puedo llevar mi pecado del corazón a un pecado de obra sólo porque la consecuencia final es el infierno para ambas? ¡Dios nos guarde de pensar así! Pues quien piensa de esta manera no ha comprendido la mayor condenación que está acarreando para sí, y aquél que se dice ‘cristiano’ y piensa de esta forma y peca deliberadamente, lo que hace es pisotear al Hijo de Dios, tener por inmunda la sangre de Cristo, y hacer afrenta al Espíritu de Dios (Heb. 10:26-31).
Como hijos de Dios, nacidos de nuevo, unidos a Cristo, tener este conocimiento debe llevarnos a glorificar a Dios por los alcances divinos de Su justicia, a adorarle por la inmensidad de Su gracia y misericordia en Cristo, y a vivir en continua dependencia del Espíritu suplicándole Su guía y ayuda para evitar, si bien todo pecado, mayormente los que causan más estragos a la iglesia, manchan de manera más severa el nombre de Cristo, y acarrean, por ende, mayor condenación, de manera que en todo, Dios sea perpetuamente glorificado.