Cuidando el corazón de mi pastor del orgullo.
Dr. J. Alberto Paredes
Enseñar es algo increíble. Te permite aprender a comunicar ideas de una forma clara y coherente. Cuando enseñamos algo durante mucho tiempo, se vuelve algo tan natural, que llega un punto en que podemos hacerlo sin notas, sin apuntes, y sin fallas. Por decirlo de algún modo, nos volvemos ‘expertos’ en el tema sobre el cual enseñamos.
Por este motivo, algunas personas se pueden acercar a nosotros asombrados por la habilidad para manejar el conocimiento, para comunicarlo, para compartirlo, o simplemente agradeciendo la enseñanza que se les ha dado. Esto es muy bueno, anima a tu pastor a seguir adelante en su llamado como maestro de la grey. Sin embargo, es un arma de doble filo.
El Lado Oscuro del Elogio
De nuevo, agradecer a tu pastor por su labor o decirle que tiene un don y que es bueno en aquello que hace está bien; sin embargo, debemos tener cuidado, pues también puede ser el abono que haga germinar una semilla de pecado llamado: orgullo.
El orgullo endurece nuestro corazón, haciéndonos olvidar que somos criaturas, que no somos omniscientes, que necesitamos aprender.
En cuanto a la doctrina, es más fácil para un maestro, anciano, pastor, predicador, consejero, líder, etcétera, el caer en este pecado que para algún otro hermano de la iglesia. ¿Por qué? Bueno, continuamente se encuentran enseñando y muchas veces sobre los mismos temas. Luego entonces, están más expuestos a las alabanzas de las personas bien intencionadas, pero que, sin el cuidado apropiado, pueden ir abriendo una brecha entre la gracia que viene de un corazón que reconoce que es salvo por la obra de Cristo solamente, y la justicia propia que lucha por convencernos que nuestro conocimiento doctrinal es suficiente para hacernos dignos de la recompensa divina. Sí, esto es peligroso. Muy peligroso.
El temor del Señor es aborrecer el mal.
El orgullo, la arrogancia, el mal camino
y la boca perversa, yo aborrezco.
-Proverbios 8:13 LBLA
El Terrible Final del Orgullo
El orgullo destruye. Así de simple. Salomón, el personaje más sabio de toda la historia según la Palabra de Dios, escribe un par de libros que atacan directo al problema del orgullo: El libro de Proverbios y el libro de Eclesiastés. En ellos, enseña la importancia de seguir el consejo de los sabios, y que esta sabiduría tiene su fundamento en el temor a Dios. De forma explícita en el capítulo dieciséis del libro de Proverbios, Salomón compara y contraste la vida de los sabios y de los necios. Justo en el centro de este capítulo se encuentra el siguiente verso:
Delante de la destrucción va el orgullo,
y delante de la caída, la altivez de espíritu.
-Proverbios 16:18 LBLA
Cuántas historias no hemos escuchado acerca de pastores, maestros o líderes que cayeron en pecado, destruyendo así sus iglesias, sus familias, o su vida misma. Estoy seguro de que, si hiciéramos una investigación detallada de lo que ocurrió, nos daríamos cuenta de que mucho antes de los primeros esbozos de pecado escandaloso en sus vidas, apareció el orgullo. Se volvieron altivos de corazón, obstinados, sin la humildad necesaria para pedir consejo, ayuda o continuar aprendiendo. Llegaron a pensar que ellos eran los únicos que debían, y, de hecho, podían enseñar a otros. Creyeron la mentira de Satanás de que ellos solos eran indispensables para su iglesia; y entonces, cayeron.
Huyendo del Pecado del Orgullo
La Palabra de Dios está llena de ejemplos sobre aquellos que hicieron caso omiso del consejo de personas más sabias que ellos, y que vieron su perdición. Uno de los ejemplos que más me gusta, se encuentra en el primer libro de los Reyes, en el capítulo doce. Ahí nos narra el momento en que Roboam pide consejo a los ancianos sobre cómo responder al pueblo que le solicitaba terminar el pesado yugo de trabajo que su padre, Salomón, había puesto sobre ellos. Se me hace interesante, porque Roboam, de hecho, pide consejo tanto a los ancianos como a sus amigos, y finalmente hace caso a sus amigos.
¿Qué sucede aquí? Bueno, es evidente en esta historia que no es suficiente pedir consejo. No es una cuestión de acciones externas que llevemos a cabo para evitar caer. Sino más bien es una cuestión del corazón.
Roboam pidió consejo; pero al no estar de acuerdo con los deseos de su corazón, lo desechó y pidió otro más, hasta que encontró uno acorde a sus pasiones pecaminosas. Y el final, lo conocemos, perdió 10 de las 12 tribus del reino, y la nación se dividió por primera vez y para siempre. El orgullo de Roboam destruyó su nación.
Finalmente, debemos recordar la razón por la que Dios aborrece el pecado del orgullo: Cristo mismo es humilde. Dios, el Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra, El Alfa y el Omega, Rey de reyes, Señor de señores, Jehová de los Ejércitos, que está por encima de ejércitos de ángeles y huestes celestiales, se ha humillado para gloria de Dios Padre.
Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
-Filipenses 2:5-11 LBLA
La Palabra también nos reverla que Cristo, como hombre, tuvo que aprender obediencia (Hebreos 5:8-9) y que creció en conocimiento de Dios (Lucas 2:40,52). La perfecta expresión de la humildad de Cristo se revela en el evangelio. El Verbo se hizo hombre. El Creador, tomó naturaleza de criatura. Habitó entre nosotros, vivió, murió, resucitó, y ascendió a los cielos por nosotros. Ahora se encuentra sentado a la derecha del Padre, gobernando con poder y gloria todo el universo, pero a la vez, intercediendo por nosotros.
Por esto el pecado del orgullo es tan detestable para Dios; va directamente en contra de Su naturaleza, y niega la profunda belleza del evangelio de Cristo.
El Espíritu de Dios transforma nuestros corazones haciéndolos cada vez más semejantes a Cristo. Si Jesucristo, siendo Dios, aprendió las Escrituras, aprendió obediencia, y no fue orgulloso, sino que se humilló hasta la muerte en obediencia, amor y para gloria de su Padre, ¿cuánto más nosotros, que hallamos todo nuestro valor e identidad en Él, debemos buscar también ser humildes?
¿Qué hacemos entonces? Bueno; en primer lugar, si eres líder, pastor, o maestro, debes reconocer que no estás exento de caer en este pecado (1 Corintios 10:11-12). Debes mirar constantemente a Dios y aprender cada vez más y más de Él. Voltear a ver a Dios en vez de a los nuestros, nos pondrá en el lugar correcto. Al compararnos con el Dios Santo, santo, santo; el Justo; Perfecto; Soberano y Verdadero, nos da una pequeña idea de lo lejos que estamos de ser como Él en estos aspectos, nos humillamos delante de Él, y recordamos que vivimos por el Evangelio, en dependencia del Espíritu Santo. Estudia, aprende, rinde cuentas.
Si no eres líder, mi llamado es este: ¡Cuida a tu pastor! Pídele cuentas. Pregúntale, ¿qué está leyendo?, ¿qué está aprendiendo?, ¿quién le está enseñando? Ayúdale, en la medida de lo posible, sea haciéndole preguntas difíciles, regalándole material para que estudie, o simplemente así, pidiéndole cuentas sobre lo que está aprendiendo. Esto nos mostrará luces de alarma mucho antes que la caída y la destrucción vengan.