23 Dic 2019

Navidad y Gloria

A Dios le ha placido tomar las cosas más pequeñas para el propósito más grande: La Salvación, y su Gloria.
Por Dr. J. Alberto Paredes

Navidad y Gloria

La Grandeza de Dios en las Cosas Pequeñas

La navidad es algo que nos gusta celebrar en grande. Quienes tienen la posibilidad hacen grandes banquetes, toman un gran tiempo de vacaciones, las ciudades se iluminan con grandes adornos y luces, nos gusta dar y recibir grandes regalos, nos vestimos con la mejor ropa que tengamos disponible y hacemos énfasis en el gran gozo que existe a causa de la fiesta.

Todo esto está muy bien, es bueno celebrar, es bueno hacer fiesta. La Palabra de Dios nos llama a gozarnos en toda circunstancia (Fil. 4:4); y la navidad es un buen tiempo para poner esto en práctica. Sin embargo, en ocasiones, la grandeza de la celebración en sí puede hacernos olvidar las pequeñas cosas que dieron lugar a la navidad original.

Un Común Denominador

A través de la historia de la navidad, esto es, de cómo Dios se encarnó en Cristo y vino para nacer como hombre, existe un común denominador de cosas pequeñas, poco impresionantes, quizá hasta débiles y frágiles, pero que resultan en eventos grandiosos, y que terminan por desplegar la gloria de Dios. ¿Cuáles son estos pequeños elementos que forman dan forma a la gloria de la navidad? ¿Por qué es importante recordarlos?

El Lugar

Durante el siglo primero de nuestra era, en los tiempos del nacimiento de Jesús, Israel no era la nación más poderosa en el mundo. Todo lo contrario, los tiempos de gloria de Israel habían quedado muy atrás. Israel se encontraba aún dividido y bajo el dominio del Imperio Romano. La pequeña región de Judea no era sino uno más de los miles y miles de kilómetros cuadrados que formaban parte del gran territorio conquistado por los romanos. En realidad, ni siquiera era de las naciones más grandes conquistadas. Era una más, nada especial. Sin embargo, aún dentro de este territorio, existían ciudades más grandes que otras. Si bien no esperábamos que el mesías hubiera nacido en Roma, quizá sí lo hubiéramos esperado de Jerusalén. Pero no. Un pequeño poblado llamado Belén, la ciudad de David (Lc. 2:4), fue el lugar escogido por Dios para su llegada. Y aún dentro de este poblado, Dios, en su soberana providencia, ni siquiera eligió un hostal. La Palabra nos relata que, dentro de Belén, no hubo lugar para ellos en la posada, por lo que María tuvo que dar a luz rodeada de animales, y acostar al niño en un pesebre (Lc. 2:6-7). El lugar más bajo, más humilde, más pequeño. Regularmente pensamos en el pesebre como el establo donde los animales son guardados para pasar la noche, y con toda seguridad es en un lugar así donde Jesús nació. Pero el pesebre en sí es nada más y nada menos que la caja de madera donde se pone la paja para que los animales coman. Es decir, existe un propósito especial del autor cuando nos dice que Jesús fue acostado en un pesebre, en contraposición a la cuna real que le correspondía por derecho.

Las Personas

Así como Judea no era la región más grande dentro del imperio romano, los judíos no eran el pueblo más importante. En realidad, de nuevo, sólo eran uno de los muchos pueblos que Roma había conquistado. Ni los más poderosos, ni los más grandes. Más aún, dentro de ellos, aunque había reyes, gobernadores y sumos sacerdotes, Dios eligió a una pareja de campesinos. José, quien se dedicaba a la carpintería, y María, su ahora esposa. Esta humilde pareja, de lo más bajo dentro del imperio, fueron quienes serían los padres terrenales de Jesús, Dios hecho hombre. Pero no sólo esto, sino que hubo otros invitados a este evento: los pastores.

La Palabra nos relata que, a algunos pastores cercanos a la región, les fue dada una invitación muy especial. Un ángel del Señor se les apareció con la gran noticia de que Dios había provisto al Salvador esperado. Estos pastores, al igual que José y María, no eran lo más elevado de la sociedad. Todo el día estaban cuidando a sus animales. Sus relaciones sociales eran otros pastores, o bien aquellos que eran dueños del ganado para quienes trabajaban. Pero no fueron los dueños del ganado, ni quienes tenían el dinero para comprar aquél ganado, sino quienes pasaban días y noches con él, cuidándolo, protegiéndolo, quienes fueron invitados al nacimiento de quien, como ellos, sería llamado el Buen Pastor.

Más aún, sobre todos los actores que participaron en este grandioso evento al que hoy llamamos navidad, el actor principal, Dios mismo, no apareció en este mundo como un rey de poder comandando un ejército de ángeles listo para la batalla, no apareció en una armadura dorada con espada en mano; sino en la frágil forma de un recién nacido.

Tuve oportunidad de estar presente en muchos partos, y llevar a cabo varios de ellos. Y quien ha podido presenciar por lo menos uno, sabe que en el momento que el bebé sale del vientre materno, ese pequeño ser humano es la persona más vulnerable en toda la habitación.

¿Por Qué Tanta Pequeñez?

¿Podemos imaginar que, ese día en Belén, en ese recién nacido estaba la fragilidad encarnada de la naturaleza humana, y al mismo tiempo el poder inmensurable del Creador del universo? Pues eso fue precisamente lo que sucedió. En un recién nacido de unos campesinos judíos que vivían subyugados por el imperio romano, se encontraba el Verbo encarnado, Luz de Luz, Dios Verdadero de Dios verdadero.

Alrededor y en presencia de estos simples pastores que fueron espectadores del evento en cuestión, la Escritura nos dice que la gloria de Dios brilló en medio de ellos (Lc. 2:9), y que en el cielo efectivamente apareció un ejército de ángeles, pero no con un cántico de guerra, sino con uno de alabanza y de victoria, que decía:

“Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz entre los hombres en quienes Él se complace.”

Lucas 2:14 LBLA

¿Por qué tanta pequeñez? ¿Por qué tanta humildad? ¿Por qué recurrir a lo más bajo para el evento más importante del momento y de la historia? Este es momento en el que Dios entró a la historia humana como un recién nacido, después de su concepción en María siendo ella virgen. Bueno, quizá la respuesta es al mismo tiempo simple, y aleccionadora. A Dios le ha placido tomar las cosas más pequeñas para el propósito más grande: La Salvación, y su Gloria.

Dios, en una muestra de su infinita sabiduría y poder, eligió utilizar a lo más pequeño de este mundo para desplegar la grandiosa majestad de su gloria en Cristo Jesús. Esta es la navidad.

Así pues, muchas familias quizá no tengan la posibilidad de comprar grandes regalos, grandes cenas, o hacer grandes fiestas en estos días. Otros quizá no podrán reunirse con sus grandes familias, o quizá no tengan familias tan grandes. Algunas iglesias lamentarán no poder hacer un gran culto. Otros quizá estaremos tentados a concentrarnos en lo grande de nuestros regalos, presentes, y celebración. Pero es necesario recordar una cosa; en la navidad no celebramos la grandeza de lo que el hombre aportó a la navidad, sino que nuestro gran Dios, dispuso de lo más pequeño, de lo más bajo, de lo más frágil, para mostrar su grande gloria.

Dios, en una muestra de su infinita sabiduría y poder, eligió utilizar a lo más pequeño de este mundo para desplegar la grandiosa majestad de su gloria en Cristo Jesús. Esta es la navidad.

Al final, este pequeño niño creció y así como su nacimiento fue pequeño y humilde, casi vergonzoso, su muerte no fue distinta. El Rey de reyes no murió en batalla. El Señor de señores no murió en sus aposentos. El Creador encarnado murió en una cruz, la muerte más baja que existía en aquel tiempo. Pero de toda esta bajeza surgió el mejor regalo que Dios ha provisto a la humanidad: Salvación. Este Rey resucitó, y ahora reina con el Padre, y lo que un día fue humildad y bajeza, ha sido convertido en gran gloria y el máximo honor. Dios lo exaltó hasta lo sumo (Fil. 2:9-11), y su iglesia espera que vuelva en esta gloria que ahora posee como Dios hecho hombre, para gobernar a su pueblo por siempre, y para que no sólo los pastores, sino que ahora toda rodilla se doble, y toda lengua confiese, que Aquél Niño que nació en Belén, que Jesús es el Señor, para la gloria de Dios el Padre.

Amén.

Feliz Navidad, de parte de Enviados México.
Médico graduado de la Universidad Anáhuac Mayab. Director y Fundador de Enviados México. Maestro en Divinidad y Maestro en Estudios Teológicos, y por el Seminario Teológico Reformado de Charlotte, Carolina del Norte. Autor del libro “Santa Cena Virtual”. Ha publicado entradas en otros ministerios como Dios es Santo; y artículos oficiales en el Christian Research Institute. Pasión creciente por la Palabra, y pasión por Latinoamérica.

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