En el artículo anterior de la serie, presentamos el concepto de los dones espirituales de forma muy general. En este brevísimo artículo, lo único que nos ocupa es preguntarnos, por qué estos dones se conocen como dones del Espíritu. ¿Por qué no dones del Padre, o del Hijo? Responder esta curiosidad bíblica nos ayudara a enriquecer nuestro entendimiento del tema como un todo, y del lenguaje que la Palabra de Dios usa en ocasiones para algunas obras de Dios.
Apropiación del Espíritu
¿Por qué son estos dones del Espíritu? ¿Por qué no del Padre o del Hijo?
En cierto modo, todos estos dones provienen del Dios Trino (1 Co. 12:4-6). Sin embargo, el lenguaje de las Escrituras a menudo vincula a la persona del Espíritu con los dones que edifican la iglesia (1 Co. 12:7-11). ¿Hay alguna explicación para este fenómeno?
Las Escrituras utilizan el lenguaje para vincular algunas de las obras externas de Dios para decirnos algo acerca de la vida intra-trinitaria misma. Así, algunas de las acciones de Dios se atribuyen al Padre, otras al Hijo, otras al Espíritu.
Scott Swain escribe: “Debido a que [El Espíritu Santo] es la tercera persona de la Trinidad, procedente del Padre y del Hijo, el Espíritu lleva las operaciones indivisibles de Dios a sus efectos supremos”.[1]
Así, en la obra de redención, se habla del Padre, quien no procede de nadie, como el que inicia la obra al elegir y decretar. El Hijo, procedente del Padre, es descrito como el agente de la redención, la imagen del Dios invisible. Se habla del Espíritu, que procede del Padre y del Hijo, como el agente de la santificación, el que aplica aquella redención y sus efectos a nuestras vidas.
Estos dones, al ser uno de los efectos de la redención para los elegidos y servir para la edificación de la iglesia, para guiarnos hacia la imagen de Cristo, para crecer en santidad (Ef 4:13), naturalmente la Escritura se refiere a ellos como dones ‘del Espíritu’.
Esta realidad nos lleva a otra conclusión importante. El rol del Espíritu Santo en toda la Escritura es glorificar al Hijo. El Espíritu cambia nuestros corazones para que veamos a Cristo como Señor y Salvador, para que le amemos y adoremos a Él. El Espíritu no busca la atención del creyente para sí mismo independiente de la Trinidad, sino que siempre nos muestra a Cristo. En ocasiones, somos tentados debido a la naturaleza de nuestros dones a desear la atención para nosotros. La mejor forma de edificar a la iglesia de Cristo es sirviendo para mostrar a Cristo. Esto es, nuestro propósito al ejercer nuestro don espiritual debe ser la gloria de Dios, no la nuestra. Pensemos esto: Si el Espíritu mismo no busca la atención para sí, ¿quién soy yo para buscar la atención que sólo le corresponde a Cristo Jesús?
Habiendo considerado esto, la siguiente pregunta a contestar es si existen distintos tipos de dones o son todos iguales. Si hay distintos tipos, ¿qué los diferencia?
[1] Scott Swain, La Trinidad: Una Introducción, (Crossway:Wheaton IL) 110.