Dr. J. Alberto Paredes
Un buen amigo es quien me corta el cabello. Es un joven hábil para esto, además de alguien culto e inteligente. Cada que tengo la oportunidad, de acudir con él para un corte, como buen barbero, tiene la habilidad de comenzar una amena plática sobre cualquier tema. Normalmente discutimos sobre arte, política, filosofía o música, que son algunos intereses que tenemos en común. Sin embargo, la última ocasión ocurrió algo diferente. En realidad, no recuerdo cómo fue que llegamos al tema, pero comenzamos a argüir sobre las evidencias de la existencia de Dios. Yo estoy bien consciente de que mi amigo es un agnóstico declarado que, al no poder comprobar a Dios a través del método científico, no puede confirmar su existencia. De manera que esa fue ocasión y oportunidad (estando en confianza) de exponer los mejores argumentos lógicos y filosóficos que conocía a favor de la postura teísta. No le tomó tiempo darse cuenta de que no solo defendía la existencia de un dios cualquiera, sino del Dios bíblico de la fe cristiana.
Esta pregunta me dejó consternado y triste. Ha estado dando vueltas en mi cabeza todo el tiempo, y hasta ahora. Y es que, ¡qué terrible pregunta! ¿Qué tan cristiano soy?
Lamentablemente, los que hemos pasado suficiente tiempo dentro del ámbito de la iglesia, sabemos bien a qué se refería. Para el mundo, existe la noción de que hay “de cristianos…a cristianos”. Pero esto no fue lo que más me entristeció, sino que fue la realidad de darme cuenta, que yo mismo alguna vez he propiciado esto.
Pero, a todo esto, surgen las siguientes interrogantes: ¿Por qué el mundo reconoce que entre cristianos hay niveles o grados de cristiandad? ¿Qué hemos venido haciendo que hace que el mundo tenga esta perspectiva de la comunidad cristiana? ¿Hay algo que podamos o debamos hacer al respecto?
Hoy en día, el término o título de cristiano tiene mucho menos impacto de lo que tuvo en un principio. Encuentro dos razones para que esto suceda.
En primer lugar, muchos de quienes nos hemos llamado cristianos hemos adoptado la cultura del mundo, hasta llegar a amarla.
Aunque tuve la fortuna de ser criado en una familia cristiana, y estar expuesto a las verdades bíblicas desde temprana edad y adoptar el título de “cristiano” desde siempre, no conocí a Cristo sino hasta hace algún tiempo. Esto quiere decir, que existió un momento de mi vida en el que, aunque me llamaba a mi mismo “cristiano”, mi vida no daba testimonio de ello, puesto que no conocía a Cristo. Durante este tiempo, no encontraba gran diferencia entre la cultura cristiana y la cultura secular (la iglesia y el mundo), más allá de asistir a una iglesia los domingos, tener un grupo pequeño e incluso servir en la iglesia. Cosas que mis amigos del mundo no hacían. Ahora, sucedió que al mismo tiempo que yo practicaba estas cosas, practicaba las cosas del mundo. Y lo que es peor, las cosas del mundo las practicaba no solo con amigos del mundo, sino con amigos de la comunidad cristiana. Para mi no había una diferencia real en ese entonces. Ahora bien, no justifico mi pecado. Estoy consciente que fue mediante el ejercicio de mi libertad que tomé cada una de mis malas decisiones. Lo que quiero decir es que yo mismo y ese momento de mi vida son muestra de una realidad que muchos jóvenes en la iglesia continúan viviendo hasta el día de hoy. El mundo se ha infiltrado de tal manera en la iglesia, que muchas veces nos es difícil marcar una diferencia real.
Ahora surge la pregunta, ¿por qué sucede esto? ¿Por qué algunos “cristianos” aman la cultura de este mundo? ¿De verdad es posible que un verdadero cristiano ame algo del mundo caído en el que vivimos?
“¡Oh almas adúlteras (infieles)! ¿No saben ustedes que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.”
“No amen al mundo o las cosas que están en el mundo. Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en el.”
“Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá a uno y amará al otro, o se apegará a uno y despreciará al otro…”
…Por citar algunos ejemplos.
La Biblia es muy clara al respecto. Es evidente que no es posible amar a Dios y al mundo al mismo tiempo del mismo modo. Esta fue una verdad impactante para mi vida la cual me fue revelada por Dios a través de Su Palabra y relaciones providenciales. Esto me lleva al segundo punto.
Muchos de quienes nos hemos llamado cristianos hemos tolerado lo que debería ser intolerable.
Como cristianos, es cierto que estamos llamados a amar a nuestro prójimo, sin embargo, muchas veces esto viene a servir como un pretexto para evitar confrontar a quienes se llaman nuestros “hermanos en Cristo”. No podemos pretender que al venir a Cristo tendremos instantáneamente una vida sin pecado, pero sí debe haber este cambio en el que nuestra vida ya no se caracterice por estar dominada por este.
Quienes nos llamamos cristianos hemos venido a ser embajadores de Cristo. Su carácter debe ser lo que se manifieste cada vez más en nosotros. Cuando un hermano está actuando de manera diametralmente opuesta, reflejando el amor a las cosas de este mundo, nuestro llamado es confrontarlo en amor y con sabiduría. Esto no es porque nosotros seamos mejores o más maduros, o tengamos autoridad. ¡Es por el bien de la reputación de Cristo! Y por amor a El. Cuando tu pasión está en cualquier cosa, vas a defenderla hasta el final. Podemos ver esto a nuestro al rededor defendiendo cosas como ideologías políticas, nuestro artista favorito o hasta un equipo deportivo. ¿¡Cuánto más deberíamos hacer así con el nombre de nuestro amado Salvador Jesucristo?!
Para confrontar en amor, La Palabra nos enseña los pasos a seguir en lugares como Mateo 18: 15-17. Por otro lado, la Biblia no solo nos enseña qué debemos hacer y cómo hacerlo, sino que nos brinda un buen ejemplo de lo peligroso que es no hacer nada al respecto. En medio de una situación donde había un caso de inmoralidad sexual en la congregación y aparentemente nadie estaba haciendo nada al respecto, Pablo advierte sobre el peligro de que tolerar esta situación tenga repercusiones en toda la iglesia, y les escribe a los corintios lo siguiente:
“No está bien que ustedes se jacten. ¿No saben que un poco de levadura hace fermentar toda la masa?”
1 Corintios 5:6 NBLH
Ahora, esto no se trata de recrearnos en juzgar a los demás en la congregación, sino que es más bien un llamado a que preservemos la reputación del nombre de Cristo. Se trata de amar a Cristo y a nuestros hermanos.
Hermano mío, querido lector, si estás, como yo lo estuve, en una situación donde te has dado cuenta de que has estado amando al mundo, no te desanimes. ¡Sólo en Cristo hay esperanza! Una situación como esta, para ser resuelta implica arrepentimiento verdadero y constante. Implica estar dispuestos a abandonar, con ayuda de Dios, por la obra del Espíritu, esta vida que antes llevamos. Confesemos nuestra realidad ante el Señor. Clamemos a Él apelando a su inmenso amor, su gracia y su misericordia. Solo después de haber sido renovados por el Espíritu mediante la fe en Jesucristo, al tener una nueva vida en Cristo, estaremos capacitados en Él, para vivir conforme a Su Palabra para Su gloria.
“Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad.”
1 Juan 1:9 NBLH
“Por lo tanto, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, para que sus pecados les sean perdonados y Dios haga venir sobre ustedes tiempos de alivio y les envíe a Cristo Jesús, que ya les fue anunciado.”
Hechos 3:19-20 NBLH
Querido lector, si por otro lado tu estás siendo testigo de esta situación en alguien en tu congregación, ¡no dudes en exhortar en amor y con sabiduría a su hermano en Cristo! No tienes que ser pastor, tampoco tienes que ser perfecto, ni siquiera debes tener un puesto de liderazgo o algo similar. La autoridad con la que debemos exhortarnos entre hermanos no proviene de nuestra sabiduría, sino de la sabiduría que se encuentra en Cristo. La autoridad es la Palabra de Dios. Y en Cristo estamos capacitados para toda buena obra. Ora por sabiduría, ora por valor, ora por tu hermano, y confróntalo en amor, para la gloria de Dios.
—¿Qué tan cristiano eres? — es la pregunta equivocada.
Es mi oración, y suplico me acompañes en ella, que Dios nuevamente nos levante como una generación celosa y comprometida por la completa glorificación de nuestro Dios, Rey de reyes, Señor de señores, Dios de justicia, amor, gracia y misericordia. Que vivamos una vida plena en Cristo, de manera que el mundo no pregunte “¿qué tan cristiano eres?”, sino que, como el guardia de prisión de Silas y Pablo, al estar expuestos a la maravillosa manifestación de la gloria de Dios, que es el evangelio, la pregunta obligada sea:
«Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?» Ellos le dijeron: «Cree en el Señor Jesucristo, y se salvarán tú y tu familia.» Y les hablaron de la palabra del Señor a él y a toda su familia.
-Hechos 16:30-31 NBLH
Para Su gloria.
Amén.