Pocos sucesos pueden opacar, aunque sea por un instante, las noticias de guerra que circulan por las redes en estos días. Tristemente, esto fue lo que ocurrió tras los eventos del pasado sábado entre seguidores de los equipos de fútbol mexicano Querétaro y el Atlas. Lo que se suponía debía de ser un juego tranquilo, un momento familiar, y un espectáculo deportivo terminó cual historia de terror; una tarde llena de violencia desmedida, rostros aterrorizados, y familias huyendo del lugar.
¿Cómo podemos interpretar estos comportamientos? ¿Cómo los explicamos? ¿Cómo ver destellos de esperanza en medio del caos? Permíteme ofrecer tres ángulos para procesar lo que ha sucedido.
Juegos e Ídolos
Es por demás claro que quienes participaron en estos sucesos han mostrado un desajuste de sus amores. Es decir, no sólo muestran pasión por sus equipos, sino una pasión desordenada. Un amor que ocupa un lugar equivocado en el corazón. San Agustín abre sus confesiones con la siguiente declaración: “…Tu nos has hecho para tí, y nuestros corazones están inquietos hasta que descansan en tí.” Augstín entendía algo fundamental sobre el ser humano. Nuestros corazones necesitan de Dios. Estamos hechos para adorar solo a Dios, y cuando esto no se cumple, la paz que pretendemos procurar, jamás será alcanzada. A veces, el desorden que estas pasiones desordenadas provoca se queda en nuestro interior. En muchas otras ocasiones, este desorden desborda nuestro corazón y se manifiesta en acciones externas. Cuando multiplicamos esto por el gran número de personas que pueden compartir estas pasiones desordenadas, tenemos una receta perfecta para el caos.
Por otro lado, debemos ser cautelosos y llamar al pecado por su nombre. Cuando hablamos de pasiones desordenadas, no hablamos de cosas que nos afectan de forma pasiva, en la que nosotros no tenemos parte ni el poder para responder de forma correcta. Por esto también les llamamos, amores. Amores desordenados. Amores que ocupan el lugar de un amor superior. Esto en términos bíblicos es llamado idolatría. Es aquello contra lo que el primer mandamiento nos previene, y contra lo que incontablemente se nos advierte. Aquí está el verdadero detalle, lo que vimos el pasado fin de semana es únicamente la manifestación extrema de un ídolo del corazón. Un ídolo que no cumplió lo que ofrecía, que no podía defenderse a sí mismo, y que terminó requiriendo más de sus seguidores de lo que fue capaz de darles. Pero estos ídolos están en el corazón de muchos, no solo de los involucrados. Por supuesto, lo que sucedió deja a estos grupos en evidencia. Sin embargo, debe ser una gran llamada de atención para revisar nuestras vidas y preguntarnos, ¿existen ídolos por los que estemos dispuestos a ir tan lejos?
Violencia Desmedida
Con “tan lejos” me refiero, como ejemplo, a la violencia desmedida que tomó lugar. Si no has podido ver los videos o fotografías de lo sucedido, te animo de todo corazón a que no lo hagas. Personalmente he decidido no alimentar mi mente con aquella violencia. Fue suficiente el comentario de amigos y seres queridos para dimensionar la gravedad del evento. Por otro lado, las imágenes violentas siempre requieren algo de nosotros. En fin, concediendo que la violencia que se transmite ahora en redes con respecto a tal evento fue totalmente desmedida, preguntamos: ¿qué podemos aprender de ella? ¿Qué tiene la Escritura para ofrecer ante un evento como este?
Para responder me gustaría llamar nuestra atención a uno de los eventos más violentos en la Escritura. Al final del libro de los Jueces, tenemos la historia del Levita y su Concubina (Jue 19-20). En esta historia, vemos que un Levita, supuestamente elegido para el sacerdocio en servicio al pueblo y al Dios de Jacob, con tal de salvar su propia vida, entrega de forma egoísta a su concubina a los hombres en la tribu de Benjamín para ser brutalmente violada hasta la muerte. En ira, la corta en pedazos y envía cada pedazo a cada una de las otras tribus como un llamado a la acción contra Benjamín. Esto ocasiona una guerra entre Benjamín y el resto de las tribus. Violencia que genera más violencia. Toda esta narrativa comienza y termina con la frase central del libro: “En aquellos días no había rey en Israel, y cada uno hacía lo que bien le parecía. (Jue 19:1; 21:25)”
El propósito del autor al escribir su narrativa en Jueces es construir un caso que pruebe la necesidad de un rey para el pueblo de Dios. La historia del Levita y su Concubina es el epítome de su caso. La violencia demuestra la condición del pueblo. Una condición miserable. Una condición donde las autoridades en función no están cumpliendo su rol, y el pueblo simplemente se guía por los ídolos de su corazón, sus deseos pecaminosos. El propósito del texto es mostrar: el pueblo necesita una autoridad.
Lo que México vivió el pasado fin de semana es una prueba providencial, una narrativa real, que muestra que México necesita un Rey. Uno que en lugar de entregar a los suyos, en lugar de generar violencia, en lugar de generar hombres cobardes que actúen bajo la cobertura de la multitud y máscaras, se entregue a sí mismo por el necesitado, uno que se quite su vestimenta de justicia para vestir al desnudo, y uno que se entregue a la violencia para que los suyos sean perdonados y tengan paz. Lo ocurrido el pasado fin de semana muestra cuán desesperadamente México necesita de Cristo.
Tierra Fértil
En medio de la tristeza, podemos ver la belleza del evangelio resplandecer contra el oscuro fondo de la injusticia y el pecado. Lo que sucedió puede llevarnos a entablar conversaciones que muestren a Cristo como la respuesta. Parte del problema sobre lo que se está viviendo no es solo la violencia de parte del pueblo, sino la incompetencia (o incluso, corrupción) percibida de parte de las autoridades sobre la forma como están abordando el tema. Si bien cualquiera que esté al tanto de lo sucedido debe reaccionar de manera natural con repudio e indignación, sólo los creyentes pueden añadir esperanza a la ecuación. Sólo desde una cosmovisión cristiana podemos estar seguros de que, a pesar de los que las autoridades hagan o dejen de hacer, ningún crimen quedará sin castigo. Sólo desde una cosmovisión cristiana podemos afirmar que si bien no toda la violencia fue documentada por medio de cámaras en celulares, el Juez Supremo fue testigo de todo lo acontecido. Sólo una cosmovisión cristiana puede brindar esperanza a las familias de los afectados, y libertad a aquellos cuyos ídolos se manifestaron en lo que pasó. Sólo Cristo puede traer paz en un momento desesperanzador para nuestro país.
Con el debido decoro, sobriedad, y sensibilidad ante lo sucedido, mi llamado es que no dejemos pasar la oportunidad para hablar el evangelio a un pueblo que buscará culpables y soluciones en ideas de organizaciones deportivas y gubernamentales, que terminarán por fallar en parte o del todo. Oremos por la situación de nuestro país y por nuestra gente. Oremos por nuestros gobiernos y por nuestro sistema de justicia. Oremos que el Señor tenga misericordia de nosotros, y que su justicia y gracia se manifiesten aún en medio de esta situación.