(Lee aquí para saber cómo llegó esta oportunidad)
Después de un verano agitado, llegó el momento. Llegó el día, y no había vuelta atrás. Como primerizo en conferencias académicas, no tenía idea de qué esperar. Una sensación entre nerviosismo y entusiasmo me mantuvo despierto la noche anterior al viaje, por lo que llegué al aeropuerto sin haber dormido. Esto tuvo un doble efecto. Por un lado, dormí muy bien las primeras seis o siete horas de camino a Madrid. Por otro lado, la falta de sueño parecía haber afectado un poco mi salud. ¡Me desperté en pleno vuelo con un resfriado y conjuntivitis! (¡No había tenido conjuntivitis desde que tenía 12 años!). Llegué a Madrid, y después de cambiar las puertas de salida a Zúrich tres veces, corrí a mi puerta [real] 15 minutos después de la hora de embarque. Afortunadamente, llegué a la puerta justo a tiempo y abordé el avión sin problemas. Las dos primeras cosas que hice en Zúrich fueron encontrar una Apotheke (una farmacia) y tratar de obtener una tarjeta SIM de Suiza. Ambas empresas fueron, en mi opinión, apenas exitosas. La farmacia sólo vendía colirios «naturales». El personal de la tienda de teléfonos restableció de fábrica mi teléfono de EE. UU. (Porque aparentemente mi proveedor de EE. UU. había bloqueado el dispositivo para que ninguna otra tarjeta SIM funcionara). Por lo que perdí toda mi información y contactos. Afortunadamente, mi esposa me aconsejó sabiamente que llevara conmigo mi teléfono mexicano; ¡y voilá! ¡Teléfono suizo-mexicano al rescate! (Desde entonces mi teléfono tiene un fondo de pantalla de enchiladas suizas, otra combinación suizo-mexicana). Me subí a un tren, luego a un autobús, oré para que cada uno fuera el correcto (pues no entiendo nada de Alemán), y luego, por gracia, llegué al hotel indicado; donde me esperaba el Dr. Will Ross.
Todavía tenía algunos detalles por refinar para mi investigación. Me habían sugerido un conteo de 3500 palabras y en ese momento tenía escritas 4500 palabras. Por lo tanto, era necesario realizar más ediciones. Me quedé despierto toda la noche (otra vez) tratando de llegar al conteo correcto. (Lo siento, Dr. Ross, por no dejarle dormir). Al día siguiente, el Dr. Ross y yo pasamos la mañana caminando junto al lago Zúrich, hablando sobre la Septuaginta, Teología y la vida, e incluso fuimos a un museo que nos hizo hablar sobre cuánto tiempo caminaron los dinosaurios sobre la tierra después del diluvio. (La respuesta podría sorprenderte). La conferencia comenzó después del almuerzo de ese mismo día.
La conferencia tuvo lugar en Theologische Fakultät —la Facultad de Teología— de la Universidad de Zúrich. Este es un sitio especial para los reformados, ya que es el lugar donde Huldrych Zwingli enseñó durante muchos años. Además, la residencia de Zwingli también se encuentra a solo unos pasos de la Fakultät. Como nota interesante, hoy en día hay una tienda de libros viejos frente a la residencia de Zwingli. Esta librería tiene un par de estantes afuera (en la calle) como una invitación para almas curiosas como la mía. Mientras caminaba hacia la Fakultät para el congreso, noté que el primer libro en el estante exterior, directamente frente de la casa de Zwingli, tenía el siguiente título: «México: Biografía del poder» del autor mexicano Enrique Krauze, quien nació en Día de la Independencia de México (16 de septiembre) de 1947, en la Ciudad de México, que es la capital de México. Y ahora lo único que se interponía entre este libro muy mexicano y la residencia de Zwinglio era un estudiante mexicano. ¡¿Cuáles son las probabilidades?!
En la facultad me sentí como en casa. Ahora, esto no fue porque cada habitación estaba llena de libros que todavía no he leído. No. Déjame explicarte. En mi ciudad natal, Mérida (México), durante los meses de verano, las temperaturas varían entre 35°-38° C. en un ‘buen día’. Resulta que ese fin de semana en particular, Zürich estaba experimentando una ola de calor. Y, al igual que en Mérida, el aire acondicionado no es algo tan común. Entonces, literalmente, me sentí como en casa, lo cual fue completamente inesperado. Y, sin embargo, sentí peor por aquellos profesores y académicos que venían de lugares con climas más amigables, quienes se sentían notablemente incómodos.
La primera ronda de exposiciones me dejó alucinado. El lector debe entender, en este punto, que yo consideré mi tema como “oscuro” (incluso para un estudiante de seminario a quien le gusta investigar temas raros). En la primera sesión que escuché, interactué con San Jerónimo, los Salmos, los idiomas latín, griego y hebreo, y la teoría de polisistemas. Fue difícil de seguir; sin embargo, posible. Luego, el Dr. Peter Gentry siguió con un análisis de los colofones en la Syro-Hexapla. Al final de ese día, la última presentación involucró manuscritos del Antiguo Testamento en georgiano antiguo que se mostraban en la pantalla y se leían en voz alta como si fueran oraciones en español de tercer grado. (Si no tienes idea de lo que es el georgiano antiguo, no te preocupes, yo tampoco la tenía hasta después de esa tarde). La última conferencia fue un discurso general en francés sobre una erudito de la Septuaginta que falleció (más o menos) recientemente. La tarde fue estimulante, por decir lo menos.
Después de la orden del día, se necesitaba un tiempo para descansar el cerebro (al menos el mío). Entonces, regresamos camino junto al lago para disfrutar de la tarde y relajarnos un rato con el Dr. Ross y un buen viejo amigo suyo, el Dr. Mulroney. Después de no mucho tiempo, nos dimos cuenta de que la lluvia venía hacia nosotros. Así que, sin vehículo —y sin sombrillas—, medio andamos en autobús y medio corrimos hacia el hotel del Dr. Mulroney. Esta fue una gran noche. El Dr. Mulroney es una de las personas más divertidas y amigables que he conocido, y es extremadamente amable. Nos invitó a cenar y, siendo él mismo un académico de la Septuaginta, hablamos de muchas cosas, desde estudios en la Septuaginta, experiencias académicas, desafíos del ministerio durante (y después) de los estudios de doctorado, e incluso aprendimos sobre los sonidos que hacen los rinocerontes (no es broma, escúchalos tú mismo). (Dr. James Mulroney, si alguna vez lee esto, ¡gracias de nuevo!).
Esa noche, amablemente, decidí librar al Dr. Ross de mis locos horarios mexicanos de trabajo y dejarlo dormir. Como resultado, me senté en las escaleras del hotel (porque el lobby cierra después de las 9:30 p. m.) y trabajé allí durante algún tiempo. Sin embargo, mi cuerpo tenía otros planes. ¡Resulta que correr bajo la lluvia con conjuntivitis y un resfriado previo solo empeora las cosas! (Debí haberle preguntado a un médico… oh, espera…).
A la mañana siguiente sentí como si me hubiera atropellado un camión. Estaba nebulizándome, tomando un montón de medicamentos para mi dolor de garganta, y esperando la próxima hora para usar las gotas “naturistas” para los ojos que obtuve de la Apotheke. Aquel día pasarían dos cosas que no me hubiera gustado perderme. Primero, el Dr. Gentry me esperaba para desayunar y hablara sobre educación superior y estudios en Septuaginta. En segundo lugar, yo estaba programado para presentar mi investigación esa tarde.
Por gracia de Dios, después de otra mala noche, me levanté a tiempo para darme un baño y encontrar el camino al hotel en el que me esperaba el Dr. Gentry a las 7:00 am. No solo le acompañé a él, sino también al Dr. Felix Albrecht, quien es el editor principal de la Edición Crítica Mayor del Salterio Griego en Göttingen. Una vez más, fue una lección de humildad sentarse ante dos gigantes de la Septuaginta. Ambos fueron amables, atentos y respondieron preguntas que podrían haberse sentido como si vinieran de un niño para aquellas mentes espectaculares. Mientras mi alma estaba animada por la experiencia, mi cuerpo se sentía peor cada hora.
Decidí quedarme en una cafetería después del desayuno para orar y hacer la edición final de mi trabajo y las diapositivas de mi presentación. Mi artículo, por alguna razón, nuevamente tenía alrededor de 6000 palabras! No sabía qué dejar fuera. No sabía qué incluir. No me quedaba mucho tiempo. Entonces, orar fue lo que hice. Honestamente le pregunté al Señor en ese momento si realmente era su voluntad que yo participara en el evento. Me sentía algo confundido, inseguro y físicamente enfermo. Y sin embargo, también recordé la que había sido mi oración constante en las semanas y meses anteriores: Señor, si esta es tu voluntad, déjame trabajar con excelencia para tu gloria…