26 Mar 2019

Historia de la Iglesia (Constantino)

¿Cómo reaccionó la Iglesia ante el impacto que el Emperador Constantino estaba teniendo sobre la vida de la Iglesia?
Por Pbro. Luis García

En el segundo artículo (Historia de la Iglesia (Los primeros mártires) de la presente serie abordamos el tema de la persecución que la Iglesia experimentó durante los primeros siglos de su historia. En este artículo exploraremos la forma en la que las persecuciones cesaron, dando como resultado el inicio de la segunda época histórica de la Iglesia, a saber, el imperio cristiano. 

El fin de las persecuciones

  • Durante tres siglos la Iglesia sufrió una gran variedad de persecuciones, siendo la peor la que vino bajo el emperador Diocleciano (284–305 d.C.) y sus sucesores inmediatos. ¿Qué la hizo la peor de todas? ¿Qué ocurrió durante esos años?
    • Primero, se expulsó a los cristianos de las legiones romanas.
    • Luego, se ordenó la destrucción de sus edificios y libros sagrados.
    • Por último, la persecución se hizo general (i.e. para todos los cristianos en el Imperio), y se comenzó a practicar contra los cristianos toda clase de torturas.
  • Ante esta situación algunos se ocultaron, muchos de ellos llevando consigo los libros sagrados y hasta hubo otros que cruzaron la frontera y se refugiaron en territorio persa.
  • Tras la muerte de Diocleciano, algunos de sus sucesores continuaron la misma política, hasta que dos de ellos, Constantino (306–337 d.C.) y Licinio (307–323 d.C.) le pusieron fin a la persecución mediante el Edicto de Milán en el año 313 d.C., el cual ratificó y amplió el edicto de Tolerancia de Galerio. El Edicto de Milán acordó que no se perseguiría más a los cristianos, y que se les devolverían sus iglesias, cementerios y otras propiedades que habían sido confiscadas. Sin embargo, aún después del Edicto de Milán, Maximino Daza siguió persiguiendo a los cristianos. No fue hasta que Constantino quedó como el único emperador de todo el imperio que la Iglesia gozó de paz por todas partes.

La Iglesia bajo el Emperador Constantino

Antes de observar lo que sucedió en la Iglesia cuando ésta dejó de ser perseguida, es apropiado entender un poco sobre Constantino, específicamente, contestando la siguiente pregunta: ¿se convirtió Constantino al cristianismo?

La respuesta es que no lo sabemos, pero lo más probable es que no. Lo cierto parece ser que Constantino creía verdaderamente en el poder de Jesucristo, pero no confiaba en él como salvador. Justo González comenta que “para Constantino, el Dios de los cristianos era un ser extremadamente poderoso, que estaba dispuesto a prestarle su apoyo siempre y cuando él favoreciera a sus fieles. Luego, cuando Constantino comenzó a proclamar leyes en pro del cristianismo, y a construir iglesias, lo que buscaba no era tanto el favor de los cristianos como el favor de su Dios…La interpretación que Constantino le daba a la fe en Jesucristo era tal que no le impedía servir a otros dioses…Durante buena parte de su carrera política, Constantino parece haber pensado que el Sol Invicto y el Dios de los cristianos eran perfectamente compatibles, y que los demás dioses, a pesar de ser deidades subalternas, eran sin embargo reales y relativamente poderosos. Por esta razón Constantino podía consultar el oráculo de Apolo, aceptar el título de Sumo Sacerdote de los dioses que tradicionalmente se concedía a los emperadores, y participar de toda clase de ceremonias paganas sin pensar que con ello estaba traicionando o abandonando al Dios que le había dado la victoria y el poder.”[1] Todo esto parece indicar que nunca hubo una verdadera conversión en la vida de este Emperador romano.

¿Qué impacto tuvo la “conversión” de Constantino y el hecho de que llegó a ser el Emperador de toda Roma?

En primer lugar, la Iglesia comenzó a gozar de paz, de prestigio y hasta de un poderío cada vez más creciente. En consecuencia, fueron muchos los que se añadieron a ella, especialmente entre la aristocracia que hasta poco antes había visto la fe cristiana como cosa de gente ignorante.

En segundo lugar, librada de la constante amenaza de persecución, la Iglesia produjo algunos de sus mejores maestros, razón por la que también se le puede llamar a este período “la era de los gigantes”. Una era en la que se escribieron grandes tratados teológicos, así como importantes obras de espiritualidad y la primera historia eclesiástica.

En tercer lugar, la presencia de Constantino en la vida de la Iglesia también impactó el culto cristiano, ya que fue él quien llenó de edificios o “iglesias” la ciudad de Constantinopla al igual que otros lugares, poniendo fin a las cultos en casa. Ahora los creyentes se reunían para adorar en edificios que seguían el modelo arquitectural de las Basílicas. Las basílicas “eran grandes edificios públicos —o a veces privados— que consistían principalmente en un gran salón con dos o más filas de columnas. Y puesto que fue de tales edificios que se tomó el modelo para las iglesias que se construyeron en los siglos cuarto y siguientes, esas iglesias reciben el nombre de “basílicas”.[2] Otra forma en la que Constantino influyó sobre el culto fue que éste se volvió más formal pues empezó a imitar algunos de los usos o protocolos de la corte imperial. Por ejemplo, los ministros que oficiaban en el culto comenzaron a llevar vestimentas oficiales durante el servicio, en señal del respeto debido a lo que estaba teniendo lugar. Por la misma razón, varios gestos de respeto que normalmente se hacían ante el emperador comenzaron a hacerse también en el culto. Además, el incienso, que hasta entonces había sido señal del culto al emperador, hizo su aparición en las iglesias cristianas. Por último, se inició la costumbre de empezar el servicio con una procesión o entrada formal.

¿Cómo reaccionó la Iglesia?

El cambio no fue fácil, y hubo cristianos que respondieron de muy diversas maneras. Veamos las tres principales reacciones.

  1. Algunos se mostraron tan agradecidos por la nueva situación que se les hacía difícil adoptar una actitud crítica ante el gobierno y la sociedad. Esta postura recibió el nombre de teología oficial. El principal exponente de esta postura fue Eusebio de Cesarea. Eusebio, quien había vivido a través de las persecuciones, vio esta nueva actitud por parte del gobierno como un milagro. De hecho, llegó a creer que Constantino era el elegido de Dios para culminar la historia de la Iglesia. A raíz de esto se olvidó la esperanza de la Iglesia primitiva de que Cristo habría de retornar en las nubes para establecer un reino de paz y justicia.
  2. Otros reaccionaron huyendo al desierto o lugares apartados para dedicarse a la vida monástica. Aunque los orígenes del monaquismo se remontan a tiempos antes de Constantino, las nuevas condiciones impulsaron a muchos a seguir el ideal monástico, esto es, a dedicarse a una vida de renunciación de las pasiones que daban ocasión a la tentación y a la contemplación. En otras palabras, hubo un verdadero éxodo o salida de millares de cristianos en esa época que buscaban en la solitud y contemplación la santidad. Aunque al principio los monjes (la palabra “monje” quiere decir “solitario”) vivían solos, pronto comenzaron a agruparse para compartir recursos y enseñanzas. Este nuevo monaquismo se caracterizaba por la vida en comunidades, lo que hoy llamamos monasterios. El monaquismo se extendió rápidamente por toda la Iglesia, y contó entre sus principales propulsores a personajes tales como Jerónimo y Basilio el Grande. Al pasar los años el monaquismo se convirtió en un instrumento para la obra misionera y caritativa de la Iglesia.
  3. Los más destacados líderes del cristianismo como Agustín de Hipona respondieron ante estos cambios adoptando una postura intermedia. Es decir, siguieron viviendo en las ciudades y participando de la vida de la sociedad, pero con un espíritu crítico hacia ella cuando ésta no concordaba con la enseñanza bíblica.

¿Cuál de estos tres caminos hubieras tomado si hubieras vivido en aquella época?

Referencias

[1] González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, p. 138). Miami, FL: Editorial Unilit.

[2] González, J. L. (2003). Historia del cristianismo: Tomo 1 (Vol. 1, p. 142). Miami, FL: Editorial Unilit.

Licenciado en Sagrada Teología del Seminario Teológico Presbiteriano San Pablo de Merida, Yucatan y profesor del mismo desde el 2015 en las areas de Biblia y Teología. Pastor ordenado por la Iglesia Nacional Presbiteriana de Mexico desde el 2015 y autor del libro Post tenebras, lux: Recobrando la doctrina reformada. Puedes seguir su contenido en https://www.facebook.com/SoliDeoGloria8/

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