15 Oct 2018

Extranjero del Mundo, Desterrado del Cuerpo

La gracia de Dios es magnífica, y ha rescatado a muchos. Pero ¿qué pasa cuando no te sientes recibido en la iglesia después de haber renunciado al pecado?
Por Dr. J. Alberto Paredes

La Hermosura en la Humillación de los Pródigos

Crecí en la iglesia. Toda mi vida la recuerdo ahí. Desde pequeño participé en coros infantiles, y ese tipo de cosas. Conforme fui creciendo, me fui involucrando más y más en otros ministerios. Sin embargo, como muchos sabemos, esto no me hacía un hijo de Dios. Ir a la iglesia no garantiza absolutamente nada. Eventualmente, mi verdadero corazón fue exhibido al verme envuelto en una serie de decisiones equivocadas, y mi pecado quedó expuesto. Cristo me rescató. Fue un proceso largo, lento, doloroso, y aún quedan cicatrices, y heridas que constantemente se vuelven a abrir, con lo que recuerdo la gracia de Dios en mi vida, y mi entera dependencia de Él.

Este período en el que, por gracia de Dios, había decidido abandonar el mundo de pecado en el que vivía, pero a su vez, existía cierta cautela en algunas personas dentro de la iglesia que yo pude malinterpretar en un inicio como un rechazo hacia mí, fue difícil.

La gracia de Dios es magnífica, y ha rescatado a muchos que, como yo, pueden encontrarse o haberse encontrado en una posición similar, cuando eres extranjero en el mundo, y un desterrado de la iglesia.

Si es tu caso, o conoces a alguien que se encuentre en esta circunstancia, déjame compartirles algunas cosas que pueden ayudar a enfrentar esta difícil situación:

No se Trata de Ti

Quizá no esperábamos esto como un primer punto, pero es muy importante hacer énfasis en que, si realmente has experimentado la gracia de Dios en el sacrificio de Cristo, también has experimentado lo que es verdaderamente deberle tu vida a Alguien. No es una metáfora, literalmente, le debemos la vida a Aquél que ha puesto la suya para salvarnos. Por tanto, lo primero que debemos tener presente al momento de regresar a la iglesia sucios, con la reputación manchada, y aún con el hedor del pecado de donde Dios nos rescató, tal como el hijo pródigo, es que aunque mis hermanos mayores se puedan ofender, es mi Padre Celestial el que me recibe en Su presencia, a Él y sólo a Él debo toda mi vida, y si Él me pide estar junto con el cuerpo de Cristo, congregándome y sirviendo para su gloria, lo haré sin importar las burlas, malas caras, chismes y otras situaciones incómodas que se puedan presentar. Por tanto, sin importar lo pesado de la situación, sin importar lo humillante que sea regresar arrepentidos a la iglesia, a casa, no dejarás de congregarte (Heb. 10:24-25).

La Cabeza de la Iglesia es Cristo

Es crucial recordar que es Cristo Jesús, el mismo que murió por mí en la cruz del Calvario, quien es la cabeza de la Iglesia, es el esposo, el Rey de reyes y Señor de señores. Cristo es preeminente sobre todas las cosas. Es magnífico y soberano, porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra; visibles e invisibles, sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él (Col. 1:16). Esto nos habla de la autoridad suprema que tiene Cristo por sobre todas las cosas, incluida por supuesto en esto, su amada iglesia. Sólo Cristo, que es Dios, decide quién forma parte y quién no de su iglesia. Y si tú realmente has sido lavado por la sangre del Cordero, y el Espíritu da testimonio a tu corazón de ser un verdadero hijo de Dios (Ro. 8:16), entonces, no importa la forma en la que tu iglesia local te trate, no importa si tardan 5 años, 10 años, o toda una vida en volverte a ver como antes lo hacían, si has sido llamado a los pies de Cristo por gracia, en verdad formas parte de la Iglesia de Jesucristo, y eres parte de la comunión de los Santos.

La Iglesia Local Manifiesta la Autoridad de Cristo por Voluntad de Cristo

Todo lo anterior es cierto, sin embargo, también es cierto que Cristo ha dado autoridad a los cuerpos de gobierno de las iglesias locales para respaldar la profesión de fe de una persona (Mt. 16:19; 18:18-20). De modo que, si tu iglesia es una iglesia sana, entonces, tarde o temprano te respaldará como un miembro de su congregación. Si esto no sucede, debemos preguntarnos qué está ocurriendo. Porque o bien la iglesia no está dispuesta a perdonar cuando es un mandato bíblico, aún con muestras de arrepentimiento de tu parte (2 Co. 2:5-11); o entonces realmente no estoy dando frutos genuinos de arrepentimiento, y entonces la congregación no puede respaldar mi profesión de fe, y por tanto, no puede verme como un cristiano. Recordemos que ser cristianos no es sólo aceptar un título, es vivir como Cristo, y si mi vida no está reflejando esto, la iglesia tiene no sólo el derecho, sino la autoridad y el mandato de retirarme la membresía hasta que se den evidencias de lo contrario. 

Tu Humillación es Su Gloria

En un mundo donde buscamos ocultar nuestros pecados y exaltar nuestras ‘bondades’ en necesario recordar: Bástate de mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad (2 Co. 12:9). El sufrimiento y humillación por quedar expuesto tu pecado, y no sólo eso, sino por tener que regresar a la congregación de la cual has salido, tienen un propósito glorioso. Este sufrimiento y humillación no son absurdos y vacíos, sino que sirven para tu santificación, para hacerte cada vez más como Cristo, y para exaltar su precioso nombre. Quizá ahora no lo veas así, sin embargo, ten por seguro que, aunque tu eres total y completamente responsable de las decisiones que tomaste y que te llevaron a la degradación causadas por el pecado, Dios jamás te perdió de vista. No se apartó de ti, sino que, en todo momento, permitió según sus decretos, providencialmente que tu vivieras cada una de las terribles situaciones. Y no lo hizo por nada. Lo hizo porque en su infinita sabiduría, Él tiene preparada una forma preciosa en la que tu le has de dar gloria mediante la redención que te ha concedido en Cristo. Más de una ocasión hemos visto, por ejemplo, que aquellos que Dios rescató del alcohol, son usados poderosamente por Dios para ayudar a otros a salir de allí, presentándoles el evangelio de Cristo, así también los que anduvieron alguna vez en drogas, pornografía, adulterio. Dios escogió las cosas más terribles para avergonzar a lo bueno de este mundo, a fin de que en su presencia nadie se enorgullezca (1 Co. 1:27-29). Si Dios te ha salvado, lo ha hecho con un propósito: que le des gloria en todo. El sufrimiento y la humillación nos llevan a depender de Dios y a exaltarlo a Él. Nos recuerdan nuestro correcto lugar delante de Él y nos mueven a adorarle.

Su Humillación Fue Tu Salvación

Por último, pero no menos importante, es necesario pensar lo siguiente: Cuando sufro y soy humillado por mi pecado, eso está bien, es natural, estoy recibiendo lo que merezco. Sin embargo, si eres hijo de Dios, déjame decirte que no eres el único que ha sido humillado por tu pecado, o el único que ha sufrido por él. Es más, ni siquiera eres el que más ha sufrido o más ha sido humillado por causa de tu pecado; ese es Cristo Jesús. Porque tu sufres siendo pecador, pero el sufrió siendo justo. Tu eres humillado a causa de tu injusticia, pero el fue humillado siendo santo. Tu pecaste para muerte, pero el murió la peor muerte, aquella que tú merecías, para darte vida eterna. No hay lugar para el orgullo, pero tampoco para la queja. Podemos recordar el dolor causado por nuestro pecado, eso es normal, y está bien, pero siempre con el propósito de apegarnos más a Dios. Siempre con el propósito de recordar que su sufrimiento y su humillación en la cruz fueron mayores. Por tanto, hemos de vivir para Él con gozo, con ese gozo de la esperanza futura, de que será Aquél que murió por mí, Aquél que murió por ti, quien regresará en gloria, enjugará toda lágrima de nuestros ojos, y con quien reinaremos juntamente, en su reino eterno de paz (Ap. 21:4).

Ciertamente es difícil regresar. Desde luego que será un proceso largo. Pero Dios nos ha rescatado de lo más bajo y vergonzoso de este mundo. Nos ha limpiado de la mancha del pecado. Nos ha revestido de su preciosa justicia. De manera que somos presentados santos y agradables, irreprensibles e irreprochables, limpios y sin mancha delante de Él. Y sólo a Él sea la gloria por esto, por los siglos de los siglos.

Amén.

Médico graduado de la Universidad Anáhuac Mayab. Director y Fundador de Enviados México. Estudiante de Maestrías en Divinidades y en Estudios Teológicos del Seminario Teológico Reformado de Charlotte, Carolina del Norte. Ha publicado entradas en otros ministerios como Dios es Santo; y artículos oficiales en el Christian Research Institute. Pasión creciente por la Palabra, y pasión por su país. Promoviendo la Reforma en México, Por Su Gracia…Para su Gloria.

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