La Soberanía de Dios en el Orden de Salvación
Una de las características más interesantes de la teología reformada es que aunque ve la salvación como un sólo evento, al mismo tiempo, comprende que varios actos divinos tienen lugar en este evento único.
Históricamente, algunos teólogos han llamado al orden lógico en el que estos actos suceden bajo la frase latina Ordo salutis, que quiere decir ‘orden de salvación’.
Ahora bien, cuando hablamos del orden de la salvación, tendemos inmediatamente a pensar en un orden cronológico. Algo así como nuestra rutina de los lunes por la mañana. Primero despierto. Luego me levanto. Luego me lavo la cara, etcétera.
¿Lógico o Cronológico?
Bien, en algun sentido, esto también sucede en la salvación. Por ejemplo, primero se predica el evangelio. Después la persona cree. Luego la persona crece en santidad. Sin embargo, no todos los actos divinos que tienen lugar en la salvación del hombre suceden en un orden temporal. Más bien, cuando hablamos del orden de salvación, nos referimos a un orden lógico más que a uno cronológico.
Es decir, cuando revisamos los actos divinos que tienen lugar en la salvación del hombre, nos damos cuenta de que muchos de ellos suceden al mismo tiempo (aspecto cronológico), y sin embargo, existen algunos que son necesarios para que otros tengan lugar (aspecto lógico).
A esta característica de necesidad que algunos actos tienen para que otros puedan suceder se le conoce como prioridad lógica. Y nuevamente, su nombre nos indica que estos actos son lógicamente necesarios para que otros actos tengan lugar.
Si pudiera dar un ejemplo sobre la prioridad lógica sería el siguiente:
Yo tengo que existir para poder pensar.
En realidad, el acto de existir y de pensar son simultáneos en su aspecto cronológico. Mientras existo, estoy pensando. Sin embargo, si yo no existiera, no podría pensar. Es decir, para que yo pueda pensar, necesariamente tengo que existir. Esto le da prioridad lógica a la existencia por encima del pensamiento. (Y fue precísamente por esto que René Descartes llegó a la conclusión de que si podía pensar, era porque él ya existía, de ahí su famosa frase: “pienso, por tanto, existo”).
Con todo esto en mente, veamos y describamos brevemente los actos divinos que tienen lugar en el evento que es la salvación del hombre.
Elección y Predestinación
La Biblia nos enseña, de que antes incluso que nosotros naciéramos o existiéramos, Dios Padre elige y predestina a los suyos para salvación (Ef. 1:3-5). Esto sucede desde la eternidad, y el hombre no participa de ninguna manera en esta elección o predestinación (Ro. 9:10-13). Dios elige para su gloria de forma individual (Mal. 1:2-3) y colectiva (De. 7:7-8) a su pueblo, y lo predestina para esta salvación.
Llamamiento y Regeneración
Dios llama a aquellos que ha elegido y predestinado desde la eternidad. Este llamamiento sucede en el creyente al mismo tiempo en dos formas. La primera la llamamos llamamiento externo, y la segunda, llamamiento interno.
El llamamiento externo se refiere al momento en el que aquella persona que ha sido elegida escucha la predicación del evangelio que es para salvación (Mat. 22:14). Se le llama llamamiento externo porque el llamado a responder positivamente a las buenas nuevas del evangelio viene de fuera, de otra persona quien está predicando aquél evangelio (Rom. 10:14). El llamamiento externo debe ser para toda la humanidad, aunque no todos responderán de forma positiva.
Por otro lado, el llamamiento interno se refiere a aquél que aquella persona que ha sido elegida por Dios y predestinada para salvación percibe en su interior. Este llamamiento es uno que procede del Espíritu de Dios en esta persona (1 Co. 1:24). Y esto quiere decir una sola cosa: que esta persona ha sido regenerada.
La regeneración es el nombre que le damos al acto de nacer de nuevo. La Biblia establece de forma clara que el hombre sin Dios está muerto en sus delitos y pecados (Rom. 3:23; Ef. 2:1). Esta naturaleza de pecado, el hecho de que el hombre es pecador, es la razón por la que todo lo que el hombre hace antes de venir a Cristo es rechazar a Dios (Ro. 8:7). Esta misma naturaleza le impide venir a Cristo por su propia cuenta (Jn. 6:44). Lo que el hombre necesita para responder es una nueva vida (Jn. 3:3,5). El hombre necesita ser regenerado, y esta es una obra del Espíritu Santo (Tito 3:5). Así pues, en realidad el llamamiento interno y la regeneración suceden al mismo tiempo, sin embargo, es el llamamiento por la Palabra (externo) el que tiene prioridad lógica sobre la regeneración, y es la regeneración la que tiene prioridad lógica sobre el llamamiento del Espíritu (interno).
Arrepentimiento y Fe
Parte del llamado del evangelio es arrepentirnos de nuestra mala manera de vivir y depositar nuestra fe, o confianza sólo en Cristo para salvación (Mr. 1:15; Hec. 2:38-39).
El arrepentimiento implica que somos convencidos por el Espíritu Santo de estar viviendo en contra de la voluntad de Dios, y somos afectados por este hecho de forma tal, que no podemos continuar viviendo así, sino que deseamos cambiar nuestra forma de vida para darle la gloria a Dios (Ef. 4: 22-32; Lc. 19:8-9).
El tener fe en Cristo Jesús es llegar a estar convencidos de que no existe absolutamente nada en nosotros mismo que nos pueda dejar en una buena posición delante de Dios. En su lugar, aquél que tiene fe está plenamente convencido de que es sólo por la obra de Jesucristo en la cruz que tenemos de una vez por todas, el sacrificio único y suficiente para estar bien delante de Dios (Heb. 9:11-12; 10:19, 22).
Es solo tras haber sido regenerados, que el Espíritu nos capacita otorgándonos el regalo de la fe (Ef. 2:8) y que podemos arrepentirnos para salvación (2 Co. 7:9-10). A este acto divino en el que el hombre pasa de vivir en su pecado a arrepentirse de su pecado, y que pasa de rechazar a Cristo a creer en Él para salvación, se le llama también conversión. En la conversión, el Espíritu Santo aplica todos los beneficios de la salvación al creyente. Pero, ¿cuáles son estos beneficios?
Justificación y Adopción
Cuando una persona deposita su confianza en Cristo para salvación, ella es declarada justa delante de Dios. Entendemos que nuestras propias obras jamás serían suficientes para merecer salvación y recompensa por nosotros mismos (Is. 64:6). Sin embargo, la obra de Cristo es de un valor suficiente para merecer esa salvación y recompensa por nosotros. Cuando el creyente pone su fe en Jesús, lo que está haciendo es reconocer que es sólo por el mérito de Cristo que puede acercarse con confianza ante el Padre.
Así como el Espíritu es quien nos da el regalo de la fe, también es el Espíritu quien nos une a Cristo Jesús en su muerte y resurrección (Ro. 6:5-11; Ga. 2:20). Es a través de esta unión con Cristo, manifestada por la fe en Él, que obtenemos los beneficios de lo que Jesús ha logrado para los suyos. Es por esto que, decimos que la justicia es sólo por la fe (Ro. 1:17). Es decir, la fe antecede lógicamente a la justificación.
Pero, aún hay más. Además del beneficio de ser declarados justos en virtud de nuestra unión con Cristo, esta misma unión resulta es lo que llamamos adopción. Es decir, así como Jesús es el Hijo de Dios, todos aquellos que estamos unidos a Él pasamos a ser hijos (Jn. 1:12). La Palabra nos dice que no sólo hemos sido adoptados por el Padre, sino que al ser hijos de Dios, y Jesús ser el primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29), también pasamos a ser coherederos con Cristo (Ro. 8:15-17). Es decir, al ser parte de la familia de Dios como hijos adoptados, el Señor nos regala el derecho a participar de la herencia celestial (Ef. 2:6-7).
Santificación y Preservación
Sin embargo, aún cuando somos hechos hijos de Dios, existe remanente de pecado en nosotros (Ro. 7:21-23). Por tanto, aunque somos declarados justos delante de Dios, el ser transformados para ser como su Hijo en santidad es un proceso distinto para cada creyente, pero evidente en todos (Mat. 7:18).
Después de nuestra conversión, justificación, y adopción, el mismo Dios que nos eligió desde el principio se compromete a hacernos crecer hasta la imagen de Cristo (Ef. 4:13; Fi. 1:6). A este proceso de llegar a ser como Cristo se le llama santificación.
Junto con la santificación, existe otro acto divino que debemos considerar. Si es Dios el que nos elige, predestina, convierte, justifica, adopta y santifica para su gloria, será Él también quien nos preserve en la fe. Ciertamente existirán momentos de lucha y tentación, pero para los elegidos de Dios, todas esas cosas ayudan a bien (Ro. 8:28), y no son instancias en las que la salvación se pueda perder o pueda verse comprometida. Dios ha prometido preservar a todos aquellos que ha entregado al Hijo, y el Hijo ha asegurado que aquellos que le han sido entregados por el Padre están seguros en su mano (Jn. 6:39-40; 10:27-29).
Así pues, junto con la santificación viene la preservación de los elegidos de Dios, la cual asegura que todos aquellos que han sido elegidos desde el inicio, serán glorificados en el día final.
Glorificación
Finalmente, existe una promesa para todos aquellos que han puesto su fe en Cristo Jesús: participarán de la gloria de Cristo (Jn. 17:22; Ro. 8:17).
Pero, ¿qué específicamente quiere decir la glorificación del creyente? Bueno, hay varios aspectos que podemos derivar de la Palabra de Dios sobre este estado completo de salvación. Entre otras cosas, están la renovación de nuestros cuerpos (Fil. 3:20-21) y nuestras almas serán sin culpa (Ef. 1:4; Jud. 24), el poder estar delante de la presencia de Dios cara a cara (2 Co. 3:18), y el habitar eternamente en el gozo de nuestro Señor (Ap. 21:1-4).
La glorificación es un término que alude a la plenitud y finalización de nuestra salvación. Esta es una doctrina que nos llena de esperanza, sabiendo que lo mejor está aún por venir (Fil. 1:21).
En Conclusión
La obra de salvación es una obra trinitaria, en la que el Padre elige y predestina a su pueblo, y envía al Hijo por amor a ellos. El Hijo, mediante su obediencia perfecta, consigue aquello que el pueblo necesita para ser redimido delante del Padre. El Espíritu Santo aplica de forma maravillosa los beneficios de la obra del Hijo a aquellos que han sido elegidos por el Padre.
Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito. Porque a los que de antemano conoció, también los predestinó a ser hechos conforme a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a esos también llamó; y a los que llamó, a esos también justificó; y a los que justificó, a esos también glorificó.
Romanos 8:28-30 LBLA
El saber que es Dios trino y soberano quien está a cargo de todos los eventos de la salvación nos da la tranquilidad y esperanza como creyentes de que estamos seguros en sus manos. Nuestra salvación está asegurada si hemos creído en Cristo Jesús. Esto nos da libertad, no para vivir en pecado [¡jamás!] (Ro. 6:1-2), sino para vivir como un pueblo santo, escogido por Dios (1 Pe. 2:9), adornando el evangelio con buenas obras (Tito 2:10), y todo para la gloria de Dios.