1 Persona, 2 Naturalezas
Siguiendo las recomendaciones de un mentor, de vez en cuando me daré a la tarea de escribir una breve introducción a algunos términos técnicos que forman parte de las creencias más elementales de nuestra teología. Trataré de explicar una idea teológica de la forma más sencilla posible (y en menos de 800 palabras).
Cuando hablamos de la encarnación, estamos entrando a terrenos complicados, y es necesario afirmar que nunca terminaremos de entender absolutamente todo lo que hay detrás de este maravilloso hecho. Sin embargo, es importante tener palabras (o categorías) correctas para expresar lo que sí creemos al respecto.
Así pues, lo primero que debemos afirmar, es que Dios Hijo, como segunda persona de la trinidad, existe eternamente junto con el Padre y el Espíritu Santo. Nuestro Dios Trino es eterno. Ahora bien, ¿qué significa decir que Dios tomó naturaleza de hombre? Es aquí que el lenguaje nos ayudará poniendo algunos límites para afirmar lo que la Biblia dice de Jesús, sin que vayamos más allá, o sin que neguemos alguna verdad.
¿Qué nos dice, entonces, la Biblia sobre Jesús?
La Palabra de Dios nos deja muy en claro que Jesús es verdaderamente hombre. Nació (Lc. 2:7), vivió entre los hombres (Jn. 1:14), se cansaba (Jn. 4:6), dormía (Mr. 4:38), tenía hambre (Mt. 4:2) y sed (Jn. 19:28), etcétera. No podemos negar que el es verdaderamente un ser humano.
Por otro lado, la Biblia también es clara al mostrarnos a Jesús como Dios. Se identifica con el nombre de Dios (Yo Soy) (Jn. 6:35; 8:12; 10:7,9; 11:25…), y los apóstoles, así mismo, lo reconocen como Dios (Jn. 20:28; Tito 2:13). Tampoco, entonces, podemos negar que Jesús es Dios.
Hasta ahora, tenemos que Jesús tiene (porque está vivo y reinando) una naturaleza humana, que inició cuando fue concebido por el Espíritu Santo en María. Al mismo tiempo, tiene una naturaleza divina que es eterna. La pergunta es: ¿cómo se relacionan estas dos naturalezas?
Para responder es necesario recordar una verdad: finitum non capax infiniti. Esto quiere decir, lo finito no puede contener a lo infinito. Es decir, sería un error decir que la naturaleza divina está confinada a la naturaleza humana. No está ‘dentro de ella’, ni está ‘mezclada con ella’. Por otro lado, vemos que la Biblia atribuye propiedades de ambas naturalezas (divina y humana) a la misma persona: Cristo Jesús. Por ejemplo, nos dice que en el principio el Verbo (Cristo) estaba con Dios y era Dios (Jn. 1:1). Esta eternalidad y deidad, por supuesto, son propiedades divinas. Pero también nos dice que Jesús creció en estatura (Lc. 2:52). Esta es una propiedad humana.
Todo esto puede parecer confuso, pero pronto llegaremos a la aplicación. Por ahora, lo que tenemos que afirmar, pues es lo que la Biblia enseña, es que en Jesucristo, coexisten dos naturalezas que aunque están verdadera y misteriosamente unidas en una persona, no se mezclan ni se confunden. En la persona de Cristo, la naturaleza divina siempre ha sido y será divina, y a partir de la encarnación, la naturaleza humana siempre será humana. Ninguna elimina ni contiene a la otra. A esta unión perfecta de dos naturalezas en una sóla persona se le llama Unión Hipostática.
¿Por qué esto es importante?
Debemos recordar que Jesucristo es nuestro representante (1 Tim. 2:5). Así como en Adán todos caímos, en Cristo muchos serán salvos (Rom. 5:12-21). Por tanto, como nosotros, nuestro representante tenía que ser verdaderamente humano (Heb. 2:14-15). Cristo, es verdaderamente humano. En su naturaleza humana, el es exactamente como nosotros (aunque sin pecado) y comprende nuestras luchas (Heb. 4:15). Y nosotros, en gloria, seremos exactamente como Él (en su naturaleza humana). Si Jesús hubiese sido algo distino a un ser humano, no habría podido representarnos en la cruz.
Sin embargo, nuestro Salvador debía ser Dios. La Palabra dice que Dios no otorga su gloria a nadie (Is. 42:8), y que sólo de Él es la salvación (Sal. 3:8; Jon. 2:9). También, el sacrificio del justo tiene valor infinito y suficiente para salvar a sus elegidos, precisamente porque es Dios mismo (Heb. 7:26-28). Por tanto, nuestro salvador tiene que ser Dios. De otro modo, la gloria sería para un ser humano, y no para Dios; y también, porque de otro modo su sacrificio no hubiera sido suficiente.
Es por esta razón que podemos afirmar el Credo de Calcedonia (451) cuando dice:
…Confesamos a uno solo y el mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad…uno solo y el mismo Cristo, Hijo, Señor unigénito en dos naturalezas, sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación, en ningún modo borrada la diferencia de naturalezas por causa de la unión, sino conservando, más bien, cada naturaleza su propiedad y concurriendo en una sola persona y en una sola hipóstasis, no partido o dividido en dos personas, sino uno solo y el mismo Hijo unigénito, Dios Verbo Señor Jesucristo…