Lyndal Roper
Martín Lutero, el valiente héroe de la Reforma. O, Martín Lutero, ¿orgulloso y amargado ex-monje? O incluso, Martín Lutero, ¿amoroso esposo y pastor? O Lutero, ¿líder tiránico? ¿Leyenda o humano? ¿Qué hay con todo lo anterior? Lyndal Roper ha hecho un magnífico trabajo al mostrar cada aspecto de la humanidad de Lutero, y todos sus rostros. Esta obra maestra biográfica te dará más que fechas y eventos.
Desde la vida problemática de una sociedad basada en la economía minera en Mansfeld, donde creció la familia Luder,[1] hasta el relato de la muerte del gran héroe de la Reforma; el genio de la obra de Roper reside en los detalles. Incluso a modo de introducción, Roper se da el lujo de dar cuenta de prácticamente todas las fechas y eventos importantes en la vida de Lutero. Con esto, la autora muestra que su trabajo no se basará en aquellas fechas, sino en todo lo que las rodea, y lo que derivará de ellos sobre la vida personal de Lutero.
Roper declara claramente su intención con este trabajo: “Este libro traza las transformaciones emocionales provocadas por los cambios religiosos que Lutero puso en marcha … ¡Quiero entender al propio Lutero!(Roper 2016, xxvi-xxvii)”. Así, este libro podría considerarse más como perteneciente al género literario conocido como psicohistoria, que a la biografía.
Martín Lutero fue un gran ejemplo de un hombre de su tiempo. Pero, ¿qué significa esto exactamente? Significa que para que conozcamos a Lutero, necesitamos saber algo sobre el mundo en el que vivió. Por esta razón, una de las grandes características de este libro es el contexto cultural y social que viene con cada capítulo de la vida de Lutero. La manera integral en que Roper comparte con nosotros los contornos de la vida vivida en las tierras sajonas del siglo XVI, y Europa nos prepara para comprender muchas de las reacciones y emociones de Lutero a diversos eventos en su vida de un modo revelador. Esto nos permite sentirnos como parte de la multitud riéndose de los rituales de iniciación en Wittenberg donde se practicaban bautismos de vino (74-75), ignorando el desafío del monje cuando publicó sus tesis en la puerta de la iglesia (82), asombrado por su famosa frase en la Dieta de Worms y aún más por los españoles presentes allí gritando: “¡A quemarlo!” (172), incluso elevando nuestra cerveza al brindis con el que celebró su trato con Karlstadt después de darle una moneda en el Black Bear Inn (232-33), una forma bastante peculiar de resolver asuntos entre varones.
Sin embargo, todo el contexto sirve al propósito de sacar a luz al Lutero interior. Y para esto, Roper hace uso también de un impresionante número de cartas escritas para y por Lutero en cada etapa de su vida como la clave para descubrir a Lutero, el hombre. Un hombre temeroso de una tormenta eléctrica hasta el punto de que suplica y jura por su vida. Un hombre cuyo sentimiento de indignidad y culpa le hacen castigarse una y otra vez en el monasterio, y cuyos superiores no podían entender las grandes horas de confesión sin resultados. Un hombre tan profundo en la depresión que se acuña su propio término para estas pruebas espirituales: Anfechtungen. Pero también, un hombre que se regocija como un niño pequeño cuando descubre la gracia por primera vez, y finalmente encuentra seguridad.
La vida de Lutero está marcada por el contraste tanto en su personalidad como en sus emociones. De momento, podemos ver a Lutero emocionado e inspirado por todo el apoyo que su “nueva teología” ha traído después de la Disputa de Heidelberg (95); y al siguiente, herido y enojado cuando se da cuenta que su debate en Leipzig se siente más como la traición de un hermano (112), que una tarea académica.
Roper presenta a Lutero como un hombre de carne y hueso, y eso implicaba tanto enfermedad como pecado. Si bien a veces puede ser algo divertido leer la prontitud con la que Lutero puede escribir sobre sus hábitos de defecación, incluso hasta el punto que relata lo que parece ser un episodio de prolapso en una carta a Justus Jonas (319), no todo en este libro es para reírse. De hecho, incluso cuando Lutero podría ser considerado como la figura heroica de la Reforma, él mismo no afirmó ser un santo, y Roper nos lo deja claro. Tal vez, demasiado claro para quienes nunca se han encontrado con el lado oscuro de Lutero.
Leer que reconoce el hecho de que “sufrió de los pecados de ira y orgullo” (177) es una cosa; otra cosa es percibir el orgullo necesario para estar dispuesto a cambiar de opinión sobre la elevación del sacramento solo hasta que su primer proponente, y enemigo real, Karlstadt murió en 1541 (345). Es vergonzoso verlo despreciar a su colega más cercano, Melanchthon, acusándolo de tener “preocupaciones extremadamente malvadas y completamente vacías … interpretando al mártir… y carente de valentía de varón” (323) cuando más lo necesitaba. Es triste ver cuánto estaba dispuesto a conceder por mantener el apoyo de Filp de Hesse, incluso hasta el punto de permitir, y aconsejar bigamia en su caso, siempre y cuando lo hiciera en secreto; y sin embargo, lo poco que se movería de su posición teológica en el Coloquio de Marburgo con respecto a la presencia física del cuerpo de Cristo en la Cena del Señor al punto de llevar a Zwingli hasta las lágrimas. Y es realmente aterrador leer su odio posterior a los judíos y las sugerencias de una erradicación cultural (381) (con todo lo que eso implicaba).
El interés de Roper en el pensamiento humano, las emociones, y el hecho de que ella no es teóloga hace que su relato de la vida de Lutero sea más preciso con respecto a la persona de Lutero. Algo que la autora afirma desde el principio es que “no desea idolatrar a Lutero ni denigrarlo” (xxx). Pero esto también pasa factura. Además del hecho de que no hay muchos matices teológicos en el pensamiento de Lutero, entre esas mismas líneas, ella se reconoce a sí misma como profundamente “moldeada” por el movimiento feminista. Incluso cuando esto no aparece tan a menudo en su libro (algo por lo que debemos estar agradecidos) cuando lo hace, es bastante claro. Desde comentarios imprecisos y cargados de interpretación sobre cómo Lutero admiraba a los turcos por cómo “mantenían a sus mujeres con una correa apretada” (375) hasta argumentar que “rebajó la posición de María para que el cristianismo ya no contuviera una figura divina femenina” (384), comienza con la presuposición de que Lutero era un personaje misógino (xxvii). Por lo tanto, Roper parece leer en Lutero algunos pensamientos que no parecen hacer justicia a la historia.
En primer lugar, (y paradójicamente) Roper no toma en cuenta el ambiente en el que creció Lutero, que estaba dominado por los hombres. En segundo lugar, la interpretación de Roper sobre la ‘misoginia’ de Lutero no toma en cuenta la opinión de su propia esposa, Catarina Von Bora, para quien Lutero era un marido amoroso, e incluso admirado por algunas mujeres muy respetadas como Argula von Grumbach (407), lo que no tendría mucho sentido si fuera considerado como un hombre que odiaba a las mujeres en su tiempo. De hecho, parece ser todo lo contrario.
Junto con todo esto, e incluso cuando Roper acusa a Lutero de tener una “obsesión con el sexo, la sodomía y la extravagancia…” (375-376), debemos recordar que Lutero estaba utilizando principalmente un medio común de comunicación de ideas en una época en la que la tasa de alfabetización era inferior al 5%, a saber: caricaturización. Sus oponentes hicieron el mismo tipo de cosas. Incluso ella admite que Lutero muestra algo de modestia cuando le pide a Lucas Cranach que cubra los genitales del Papa en una imagen (377; ill.66) porque sería ofensivo para el género femenino. Por otro lado, es ella quien ha escrito todo un libro sobre sexualidad en la Europa primitiva. De hecho, propondría que es ella quien encuentra la sexualidad un tema interesante, a juzgar por lo temprano en su obra que comienza a hablar de ello, e incluso por el tiempo que dedica a las alegorías sexuales de Stauptiz (58-59), que, aunque curiosas, el nivel de detalle, en este caso, no parece agregar mucho al trabajo general. Sin embargo, el Lutero con el que Roper nos enfrenta es humano; y eso hace que esta obra sea de gran valor. El verdadero Lutero es aquel con el que podemos relacionarnos más fácilmente. Amargado por momentos y lleno de orgullo, este mismo Lutero fue quien cambió el mundo. Si su pensamiento y teología fueron factores evolutivos de su vida, Lutero también fue consistente en algunas áreas. Este fue el hombre que amó a su esposa e hijos desde el primer momento, y hasta el final. Este era el hombre que estaba apasionado por exponer la Palabra de Dios. Este fue el pastor que no solo ayudó a otros a orar, sino que él mismo oró tanto que murió orando. Este era de hecho el hombre que estaba tan enamorado de Cristo y de su evangelio libre, que estaba dispuesto a mantenerse firme frente a los reyes y Papas para defenderlo. Históricamente rico y preciso, Martin Lutero: Renegado y Profeta de Lyndal Roper es una necesidad para cualquiera que quiera estudiar seriamente a Lutero, más allá de la leyenda del héroe de la Reforma.
[1] Apellido original de la familia de Lutero.