¿Qué Pensaría María de Su Fiesta?
El 12 de diciembre de 2018, hace un año, se registraron más de 10 millones de peregrinos que fueron desde diversas partes de la República Mexicana hacia la Ciudad de México en una de las celebraciones más grandes que se dan en nuestro país. Millones de personas, hoy, nuevamente han comenzado a pagar sus debidos votos hacia María, la madre de Dios.
Definitivamente, lo que está sucediendo en nuestro país es algo más que una simple manifestación cultural. En realidad es una declaración teológica:
—“Ella es la reina del cielo,” dicen. —“Tiene poder para obrar milagros, y tiene poder para interceder por nosotros,” otros aseguran.
Independientemente de nuestro trasfondo teológico, siempre es una buena práctica considerar nuestras creencias y posturas desde una perspectiva bíblica. Hacer esto nos evitará cualquiera de dos extremos. El primero, una aceptación infundada de lo que se celebra: que María en verdad tiene toda esta potestad que la Iglesia Católica Apostólica y Romana le adjudica. El segundo extremo, un rechazo total hacia el personaje de María, que fue real, histórico, y a quien la Biblia da un lugar especial entre el resto de los seres humanos de la tierra. ¿Cuál debe ser una actitud bíblica hacia María, madre de nuestro Señor Jesucristo? ¿Cómo podemos interpretar lo que aun sucede cada 12 de diciembre en México? Y, quizá más importante, ¿qué podemos hacer al respecto?
Independientemente de nuestro trasfondo teológico, siempre es una buena práctica considerar nuestras creencias y posturas desde una perspectiva bíblica.
Alcanzar una concepción bíblica de este personaje, interesantemente, puede lograrse al escuchar su propia oración de alabanza al Señor. Verdaderamente, mucho se puede saber de una persona cuando escuchamos cómo ora, y esto es precisamente lo que queremos hacer en esta ocasión. Escuchemos, pues, las palabras de María:
46b Engrandece mi alma al Señor;
47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
48 Porque ha mirado la bajeza de su sierva;
Pues he aquí desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.
49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso;
Santo es su nombre,
50 Y su misericordia es de generación en generación
A los que le temen.
51 Hizo proezas con su brazo;
Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
52 Quitó de los tronos a los poderosos,
Y exaltó a los humildes.
53 A los hambrientos colmó de bienes,
Y a los ricos envió vacíos.
54 Socorrió a Israel su siervo,
Acordándose de la misericordia
55 De la cual habló a nuestros padres,
Para con Abraham y su descendencia para siempre.
Esta es, sin duda, una de las oraciones más hermosas en toda la Escritura. Y las palabras que en ella se encuentran nos enseñan principalmente sobre dos tipos de personas, y sobre su relación con nuestro Dios.
Así pues, al analizar esta oración o canto, veremos que María, madre de nuestro Señor Jesucristo, no quería el poder, que tenía necesidad, y que reconocía la tremenda distancia entre ella y su Señor.
Mientras revisamos estos tres puntos, por favor, recuerden que estamos dejando a María hablar por sí misma; es decir, esto es lo que ella pensaba sobre ella misma. Y sobre todo, estamos dejando que la Palabra de Dios hable por sí misma. Tenemos que recordar que, lo que la Biblia dice, Dios dice; lo que la Biblia enseña, es verdad de Dios, y que no importa quien sea, no importa hace cuánto lo diga, no importan sus motivos, aquél que va en contra de la Palabra de Dios, está yendo en contra del Dios que inspiró esa Palabra (1 Tim. 3:16).
María No Quería Poder
Es verdaderamente impresionante la variedad de milagros que le son atribuidos al lienzo que cuelga desde la Basílica de Guadalupe en la Ciudad de México. Desde pasar un examen, hasta curar el cáncer. Desde simplemente salir de deudas, hasta la abundancia y las riquezas materiales. “Reina del Cielo” es el título que se le adscribe, la gente avanza con sangre en las rodillas hacia donde se encuentra su imagen, llevan flores, incienso, promesas, cantos, oraciones, alabanzas, y muchas veces, con muy buenas intenciones. Pero ¿qué pensaría María de todo este despliegue de reverencia y declaraciones de poder?
El Magnificat, como se le ha llamado as esta oración debido a la primera palabra en su versión en latín, que quiere decir Engrandece, comienza de la siguiente manera:
46b Engrandece mi alma al Señor;
47 Y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador.
48 Porque ha mirado la bajeza de su sierva…
María parece estar reconociendo algo que muchas veces nosotros pasamos por alto sobre ella, y aun sobre nosotros mismos: nuestro lugar es uno humilde. Por lo menos, así debería de ser.
En el contexto de su oración, ella está reconociendo la grandeza, la magnificencia de Dios; más aún, ha encontrado la manera de gozarse en el hecho de que Dios es grande, y ella no. Eso hace aún más impresionante la gracia que Dios le ha concedido de ser la madre terrenal de Jesucristo en esta tierra. Dios no la eligió porque ella fuera algo especial, sino porque halló gracia delante del Señor (Lc 1:30). Pero eso en sí no la hace grande; no en un sentido similar a nuestro Dios.
Pero, ¿por qué no desear tener poder? Si Dios ya la había elegido para ser quien cargara, cuidara y creciera al Señor Jesucristo; no sería lógico que ella disfrutara un poquito del poder de Dios; o de aún más favor especial de Dios para con ella? ¿No sería lógico pensar que será más fácil que Jesús escuche a su madre si le oramos a ella?
Bueno; María no tendría ningún interés en ello:
51 Hizo proezas con su brazo;
Esparció a los soberbios en el pensamiento de sus corazones.
52 Quitó de los tronos a los poderosos,
Y exaltó a los humildes.
53 A los hambrientos colmó de bienes,
Y a los ricos envió vacíos.
Esta sección nos muestra a los grupos a los cuales nos referíamos en nuestra introducción. María entiende que existen dos tipos de personas, aquellos que son humildes, y aquellos que son orgullosos.
Dios ha exaltado a este grupo de personas; no a una sola persona que pertenece a este grupo, sino a todo un grupo de personas que son “los humildes” y “hambrientos” a quienes ha colmado de bienes (Ef. 1:3, 7; 2:6). En su oración, María desea pertenecer al primer grupo.
¿Cómo podemos saber esto? Fijémonos bien en el lenguaje que usa para con el segundo grupo, estos son los orgullosos. Dice que el Señor los esparció en el pensamiento de sus corazones, es decir, los ha hecho perderse en el individualismo de sus propios pensamientos soberbios. A aquellos que tienen poder, María dice que el Señor los ha quitado de los tronos. Es decir, Dios destituye a aquellos que se han concentrado en su propio poder. Y a aquellos ricos, es decir, los que creen tener mucho, a aquellos que piensan no necesitar de nada ni de nadie, Dios les concede precisamente eso: nada y nadie. María entiende que reconocer nuestra necesidad es algo bueno. Y ese es precisamente el segundo punto de su oración.
María Reconoce Su Necesidad
Existen dos formas principales en las cuales podemos ver que María comprendía su necesidad y no tenía reparo en expresarla. La primera es que ella entendía que formaba parte del pueblo de Israel; y la segunda, el cómo se refiere ella a Dios.
María formaba parte del pueblo judío, aquel pueblo que había recibido la promesa desde Génesis 3:15; y posteriormente a través de Abraham (Ge 12;15;17); Moisés (Ex 19-24); y David (2 Sam 7) de que el pueblo de Dios sería redimido a través del Mesías esperado. Es por eso que ella dice:
54 Socorrió a Israel su siervo,
Acordándose de la misericordia
55 De la cual habló a nuestros padres,
Para con Abraham y su descendencia para siempre.
María no simplemente reconoce que Israel como pueblo tiene un poco o algo de necesidad. Su necesidad es tan grande que necesita auxilio. Así como nosotros no gritamos —¡Auxilio, Socorro! cuando no podemos abrir un frasco de mermelada; así tampoco la declaración de que el Señor ha socorrido a Israel hace referencia a una necesidad menor. María reconoce que su pueblo estaba en peligro total de muerte espiritual. Por lo que el niño que trae en su vientre es la respuesta a este grito desesperado de ayuda.
Pero más aún, María no simplemente reconoce que su pueblo necesita un salvador. La primera vez que se el mundo escuchó la doctrina de que María no tenía pecado como una enseñanza oficial de la Iglesia Católica fue hasta el año 1854 bajo el pontificado del papa Pio IX a través de un edicto llamado Ineffabilis Deus. La realidad es que la Biblia enseña algo completamente distinto. Desde el Antiguo Testamento (Ge 6:5) y hasta el Nuevo (Ro 3:10-18) todos los hombres son pecadores, y que la consecuencia de ese pecado es la muerte eterna (Ro 3:23; 6:23). María fue en gran manera bendecida por haber sido elegida para ser la madre de Jesucristo aquí en la tierra, sin embargo, ya con el niño en su vientre, ella llama a Dios su Salvador (v. 47).
Quien no tiene pecado no tiene necesidad de un Salvador. Quien puede acceder a Dios por su propia cuenta sin la intervención previa de Dios en su vida, no tiene necesidad de este Salvador. María entiende que ella no es esta persona. Ella sí tiene necesidad de un Salvador, se regocija de que Dios la haya elegido a ella para ser quien diera a luz a este Salvador del mundo. María se alegra de que Dios hubiera provisto una solución a su necesidad más grande: Salvación.
Quien no tiene pecado no tiene necesidad de un Salvador. Quien puede acceder a Dios por su propia cuenta sin la intervención previa de Dios en su vida, no tiene necesidad de este Salvador. María entiende que ella no es esta persona.
María Reconocía la Distancia Entre Ella y Su Señor
Sabiendo que María se reconocía a sí misma como pecadora, y es por esto que celebra el socorro de Israel, y a su Dios Salvador, es inevitable llegar a la conclusión que para ella la distancia entre ella y Dios, entra la criatura y el Creador era tan enorme, que jamás se atrevería a compararse con su Santo Dios. Ella entendía que no estaba en ella la capacidad de hacer grandes obras, ni era su brazo aquél que era fuerte; sino que de Dios.
Pues he aquí desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones.
49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso;
Santo es su nombre,
50 Y su misericordia es de generación en generación
A los que le temen.
El punto de esta porción es precisamente la evidente distinción que existe entre María y Dios. Ella reconoce que hay un excelente motivo para que todas las generaciones, incluyendo la nuestra, la llamen bienaventurada; ¡bendita! ¿Cuál es esta razón? Que a diferencia de ella, que no posee el poder, por lo que no puede hacer grandes cosas para sí misma, Aquél que es Poderoso sí ha hecho cosas grandes para con ella. ¿Quién es este poderoso? Aquél que se llama Santo. Aquél que es único, distinto, poderoso, soberano, puro, creador, y no criatura. Santo es su nombre. Yahweh, Dios es su nombre. Y su misericordia no es para quienes se comparan con él y creen tener un poder similar, o creen merecer una adoración o reverencia similar. Su misericordia no es para quienes aceptan oraciones que deben ir dirigidas a Él nada más. Su misericordia no es para con aquellos que permiten que se fabriquen estatuillas, imágenes u otros ídolos hechos por manos humanas para una adoración falsa, porque el detesta compartir la gloria que sólo a él le pertenece (Is 42:8). No. La misericordia del Santo es de generación en generación para los que le temen; y María quiere estar entre ellos. María desea ser alguien que se caracterice por reconocer su necesidad, dejarle el poder a quien lo merece, y temer a su Señor Salvador.
¿Tú Sabías…?
Existe una canción navideña que se llama María, ¿Sabías que…? El punto de la canción es reflexionar hasta qué punto María comprendía que aquél niño suyo era al mismo tiempo Emanuel, Dios con nosotros. Quiero agregar otra pregunta a esta canción: María, ¿Sabías que la iglesia en Mexico te adoraría a ti más que a tu Señor?
María, el personaje bíblico, histórico y real de quien nos habla Lucas (y el resto de los evangelios), no se hubiera imaginado nunca que algo como esto hubiera venido a tomar lugar. Ella no estaría de acuerdo. Ella lloraría desconsoladamente y estaría incluso avergonzada de pensar siquiera en recibir tal nivel de reverencia y de que su nombre fuera utilizado en una práctica anti-bíblica que pone a Dios en un segundo lugar, al Poderoso, al Santo; para ponerla a ella, la humilde, la necesitada, la débil, quien se goza en haber recibido salvación de parte de Dios, en primer lugar.
María ¿Sabía que…? ¿Sabía ella que su hijo era Dios encarnado? Yo creo que sí. Y estoy convencido que justo porque ella sabía quién era su Hijo, que cada 12 de diciembre, si estuviera viva, si pudiera ver lo que México ha hecho de ella, estaría devastada; por un lado por quienes la han usado como ídolo, por otro por quienes la detestan por completo y detestan en su corazón a aquellos que necesitan conocer la verdad sobre ella. O quizá oraría con nosotros y por nosotros, para que aprendamos humildad, y nos dediquemos mejor, a reconocer a Dios como Dios, y adorarle sólo a Él.
Si María pudiera ver lo que México ha hecho de ella, estaría devastada; por un lado por quienes la han usado como ídolo, por otro por quienes la detestan por completo y detestan en su corazón a aquellos que necesitan conocer la verdad sobre ella.
¿Qué Hacemos Entonces?
En primer lugar, orar por nuestro país. Un país que se deleita en sus propios ídolos. Y no hablo solo de lo que se celebra el 12 de Diciembre; hablo también de los ídolos de la droga, de la fornicación, de la desidia, del Netflix, de las Redes Sociales y los likes. María y todos los demás santos son solo uno más de los ídolos de nuestro país. Debemos también arrepentirnos de nuestros propios ídolos, sacar la viga de nuestro ojo, y entonces en humildad y en amor, exhortar a otros a la verdad. Finalmente, animemos a otros a conocer quién fue María verdaderamente. Invirtamos tiempo en estudiar con aquellos que no conocen más que la fábula y la ficción, que María si es real, y que honrarla significa, por sobre todas las cosas, poner a Dios, su Salvador (y nuestro Salvador) en primer lugar, y a ella recordarla por lo que fue, un instrumento usado por Dios, para traer este Socorro prometido, a Aquel que merece toda la honra y toda la adoración; Aquél por quien no serán 10 millones de feligreses, sino que absolutamente todos, vivos y muertos, justos e injustos, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará su nombre, que es sobre todo nombre: Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.