Pasada, Presente y Futura…
Dr. J. Alberto Paredes
Alegría, gozo, paz, esperanza, celebración, regalos. Estas y otras palabras resuenan una y otra vez dentro y fuera de la iglesia en estos días. Todas relacionadas con la fiesta de la navidad. Algunos se sienten contagiados y convencidos de lo que el mundo llama “el espíritu navideño”. Otros más, al ver el mundo a su alrededor, las circunstancias que se viven, problemas económicos, familiares, distanciamientos, pleitos, etcétera, no ven cabida para estas descripciones de la época navideña, y en algunos casos, tampoco ven un lugar para la celebración de la navidad. Pero ¿por qué? ¿Por qué es que unos pueden sentirse tan identificados con la celebración y la algarabía? ¿Por qué otros lejos de estar alegres sienten ira, nostalgia, rabia o dolor? ¿Será que ambos puedan estar en lo correcto, o quizá ambos equivocados?
La Palabra de Dios nos da respuesta para las dos caras de la moneda. Pero para esto, debemos regresar en el tiempo, mucho antes del establo y de Belén. Antes de los sabios del oriente y de los celos del rey Herodes. Antes aún del pueblo de Israel y de Abraham, su padre. Es necesario regresar al principio…
En el Principio
En el Principio Dios creó los cielos y la tierra. Y creo Dios al hombre a su imagen y semejanza. A imagen de Dios los creó, varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios…
Para comprender la Navidad tenemos que entender que fuimos creados por Dios y para Dios. Él imprimió su preciosa imagen en su creación humana y nos mandó a ser fructíferos, llenar la tierra, gobernarla, y crear una cultura que refleje la perfección y la santidad del Dios santo y perfecto que nos creó para su gloria. Este mandato fue real. Las condiciones eran idóneas. Sin embargo, Dios sabía que Adán y Eva no lo habrían de cumplir a la perfección. Sabía lo que vendría después, nada lo ha tomado por sorpresa nunca, y aquél trágico día en el Edén no fue la excepción.
Tan sólo unos capítulos más tarde leemos la terrible intromisión de Satanás en el huerto en forma de una serpiente, engañando a los primeros padres, y tentándoles a comer del árbol prohibido. Ellos prefieren escuchar y creerle a la serpiente antes que a Dios. El resultado: la caída de toda la raza humana, y la corrupción de toda la creación junto con ella. Maldición para la serpiente: te arrastrarás todos los días, y el polvo comerás. Maldición para la mujer: con dolor darás a luz, querrás además tener la posición de liderazgo que le corresponde a tu marido, pero el se enseñoreará sobre ti. Ya no estarás de acuerdo con ser la ayuda idónea, aquello para lo que has sido creada, como lo estabas antes de comer del fruto. Maldición para el varón: Maldita será toda la tierra por tu causa, espinas y cardos producirá, y con el sudor de tu frente la labrarás todos los días hasta que mueras, porque ciertamente polvo eres, y al polvo volverás. Tragedia, dolor, sufrimiento.
El pecado entró en la humanidad para corromper, y destruir, todo lo que Dios había creado. Y esto no sólo afectó a Adán y a Eva, sino a toda la creación.
Porque no hay justo ni aún uno, no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios, a una se descarriaron (Romanos 3:10-12)… Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios (Romanos 3:23). Es decir, no alcanzan ni alcanzarán jamás la única condición que puede traer gozo a sus vidas: estar en plena comunión con Dios.
El pecado no le hace al hombre más difícil recuperar su relación con Dios, el pecado lo separa irremediablemente de la gloria de su Creador. Ese día en el Edén, voluntariamente desechamos a Dios. Quizá pensemos que fue culpa de Adán, pero sólo hace falta reflexionar en los últimos pensamientos pecaminosos que han pasado por nuestra mente para darnos cuenta que no fue Adán quien nos obligó a tenerlos. Más bien, son reflejo de una realidad: el pecado nos ha corrompido a tal grado que no hay marcha atrás.
Quizá esto no es lo que esperabas leer en un artículo sobre la navidad. Y no te culpo. A nadie nos gusta recibir malas noticias. Sin embargo debo responder en este momento como el apóstol Pablo a los Gálatas: ¿Me he convertido acaso en su enemigo por decirles la verdad? (Gálatas 4:16)
Verás, es necesario recordar esto, pues sólo entonces podremos entender la magnitud de lo que sucedió en aquel pesebre miles de años después.
No Terminó Ahí
La buena noticia es que no todo fue pecado y maldición. Ese mismo día en el Edén Dios hizo una declaración magnífica: Hay Esperanza.
Al maldecir a la serpiente, el Señor dijo:
Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.
Génesis 3:15
A este pasaje se le conoce en teología como el Proto-evangelio, y es, sin temor a equivocarnos, el primer anuncio de navidad que existe en la Escritura. En estas palabras Dios estaba prometiendo algo impresionante. Aquello que era imposible para el hombre, salvar a la humanidad de las consecuencias del pecado, sería hecho por “la simiente de la mujer…”¿Quién es esta simiente? ¿Quién es este Salvador?
Antiguo Testamento: Todo un Período de Adviento
A través de la Escritura, la identidad de este maravilloso Ser se va develando de a poco, y cada vez con mayor claridad. Esta promesa va pasando de generación en generación dando cada vez más luz sobre quién sería aquel capaz de lograr la redención de la humanidad para la gloria de Dios.
Después de la promesa hecha a Adán y a Eva en el Edén, a varones como Sem, hijo de Noé, Abraham, Isaac y Jacob se les promete que toda la tierra sería bendita por su causa a través de su descendencia. Sobre otros como Judá, David y Salomón se profetiza que el reino no se separaría de su casa y su familia, sino que sería afirmado como un reino eterno. A través de toda esta historia, el pecado ha continuado haciendo estragos en la humanidad, y aún en el pueblo de Israel. Y mientras más aumentaba el pecado entre los hombres, aumentaba también la necesidad y la expectación este Salvador prometido. Así, en medio de una era de pecado y decadencia moral, llegó el tiempo de la división del reino de Israel en los reinos del Norte y del Sur. En cada uno de estos reinos, hubieron hombres llamados por Dios al ministerio de profeta. Ellos también dieron testimonio de Aquél que habría de venir:
Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.
Isaías 9:6–7 RVR1960
Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad.
Miqueas 5:2 RVR1960
Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel.
Isaías 7:14 RVR1960
Estas profecías anunciaban también la llegada del Mesías Salvador que vendría a redimir a los suyos. Toda una era de promesas. Todo un tiempo de espera. Pero, finalmente, un día en una ciudad de Galilea, un ángel fue enviado a otra mujer, llevando con él excelentes noticias, y una última promesa:
Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón que se llamaba José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. Y entrando el ángel en donde ella estaba, dijo: ¡Salve, muy favorecida! El Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. … Entonces el ángel le dijo: María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin. Entonces María dijo al ángel: ¿Cómo será esto? pues no conozco varón. Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios.
Lucas 1:26–35 RVR1960
Todo el tiempo que transcurrió desde la promesa hecha a Eva y hasta el nacimiento de Jesús de la virgen María, fue en verdad un tiempo de adviento. Un tiempo de espera, de preparación para la llegada del Salvador, de anhelar ver cumplida la voluntad de Dios para con los hombres. Pero un día, todo ese tiempo terminó…
Jesús Nacido: Dios Encarnado
Y José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David; Y aconteció que estando ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. Había pastores en la misma región, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su rebaño. Y he aquí, se les presentó un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de resplandor; y tuvieron gran temor. Pero el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es CRISTO el Señor. Esto os servirá de señal: Hallaréis al niño envuelto en pañales, acostado en un pesebre. Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, que alababan a Dios, y decían: ¡Gloria a Dios en las alturas, Y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres! Sucedió que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: Pasemos, pues, hasta Belén, y veamos esto que ha sucedido, y que el Señor nos ha manifestado. Vinieron, pues, apresuradamente, y hallaron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Y volvieron los pastores glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, como se les había dicho.
Lucas 2:4, 6–16,20 RVR1960
¿Qué sucedió aquí? Por supuesto, la promesa se cumplió: Cristo nació. Pero ¿acaso nos damos cuenta de la magnitud de lo que ha acontecido? ¿Nos damos cuenta del regalo precioso que nos es dado? Como escribí en un principio, al despreciar nuestra relación con Dios aquél día en el Edén, el hombre perdió irremediablemente cualquier posibilidad de restaurar esta relación. Sin embargo, Dios prometió esperanza. Una esperanza que no podría provenir de nosotros mismos. Una salvación que sería extra nos (fuera de nosotros). ¿Cuál es esta esperanza? Dios mismo, la segunda persona de la trinidad, eterno, poderoso, santo, justo, perfecto, puro, sin mancha, sin pecado y sin maldad se humilló a Sí mismo. No se humilló hasta el día de su cruz, no. Sino que se humilló desde el primer momento en el que tomó la naturaleza humana. Cristo nació. Para nosotros, esto es sinónimo de gozo, alegría y celebración. Y es correcto. Pero también, Cristo nació: Dios se hizo carne. Porque así de terrible es el pecado, que es necesario que el mismísimo Dios, por su absoluta justicia, pero también gracia y misericordia, si deseaba para su gloria redimir a los suyos como había prometido, tomara la naturaleza de aquellos a quienes habría de justificar, de aquellos que habían pecado contra Él. Así pues, ese día, el Dios vivo y verdadero, el soberano de la creación, el Creador, se hizo como una de sus criaturas.
La belleza de la navidad no es la pura celebración del nacimiento de un niño cualquiera. La verdadera celebración de la navidad es la afirmación de la premisa: El verbo, Dios, se hizo carne…Y habitó entre nosotros.
El Porqué de la Navidad
Hemos visto la primera navidad esperada y anunciada desde el Génesis, el verdadero significado de la navidad en el cumplimiento de la promesa, pero ahora tenemos que recordar, el propósito de la navidad.
He aquí la verdad: La navidad es relevante sólo porque aquél Niño de Belén nació para vivir por nosotros y para morir por nosotros.
Dios se hizo carne en Cristo Jesús, porque sólo un hombre podría cumplir la ley perfecta de Dios de una forma válida en favor de otros hombres. Y lo que ninguno de nosotros pudo hacer, Él lo hizo por nosotros: Cristo vivió perfectamente, cumpliendo toda la ley de Dios para depositar esa justicia en favor de su iglesia. Pero hay otra parte en este evangelio. Cristo nació ese día para morir por su iglesia. Porque la paga del pecado es muerte, desde el Edén, y hasta hoy. Y alguien tenía que pagar. Si el pueblo habría de ser redimido, si los que conforman la iglesia habrían de salvarse, alguien tendría que morir en su lugar. Y a eso también vino Cristo. El Niño de Belén nació para vivir por nosotros, pero nació también para morir por nosotros.
Porque si bien Isaías profetizó sobre el Mesías acerca de su nacimiento virginal y su linaje como hijo de David, también escribió lo siguiente:
Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros. Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.
Isaías 53:3–9 RVR1960
¿Por qué hubo una primera navidad? Porque tu, querido lector, y yo, necesitamos un Salvador. Porque tu y yo hemos pecado, hemos transgredido la ley de Dios, nos hemos rebelado contra Él, y sin Cristo, no queda nada más que la justa y santa ira del Dios Todopoderoso sobre impíos como nosotros.
Cristo nació, Dios se hizo carne, vivió perfectamente, y murió en una cruz por el pecado de los suyos. Pero esto no es todo. Pues al tercer día el Padre lo resucitó de entre los muertos, y ascendió a los lugares celestiales no sin antes prometernos que regresaría en gloria para llevarnos con Él.
Hoy vivimos un nuevo adviento. Hoy vivimos un nuevo tiempo de espera. La navidad es también tiempo para celebrar que esperamos el cumplimiento de esa otra promesa: El Regreso de Nuestro Salvador. Y para su llegada nos preparamos.
Por eso hay navidad. Pero también por eso, la navidad es para nosotros, pecadores arrepentidos, sinónimo de gozo, porque hay salvación. De paz, porque hemos sido reconciliados con el Padre. De esperanza, porque ahora esperamos con paciencia la manifestación gloriosa de nuestro Salvador. De celebración y de regalo, porque hemos recibido el regalo de la redención en Cristo. De familia, porque hemos sido adoptados hijos de Dios y coherederos con Cristo.
Pero si es tu caso que lo único que sientes es tristeza, nostalgia, desánimo, dolor y sufrimiento, déjame decirte lo siguiente: tu evaluación es correcta. Fuera de Cristo no hay esperanza. En una vida marcada por el pecado y vivida en un mundo caído lo único que hay para nosotros ahora y por la eternidad es eso: dolor y sufrimiento. Pero también déjame decirte que la navidad es para ti, porque el evangelio es para ti. Porque hay lugar en el pesebre para los afligidos de corazón y para quienes se arrepienten de su pecado. Hay lugar en el pesebre para aquellos que reconocen que necesitan de Cristo Jesús. Hay lugar para aquellos que vienen a adorar al Niño que ha nacido, al Varón que ha muerto, al Hombre que ha resucitado, y al Rey que vendrá en gloria: A Cristo Jesús, Emanuel, Dios con nosotros.
Te invito a que celebres la navidad. Pero no principalmente la navidad que es marcada por las tradiciones del mundo en el cual vivimos, sino la verdadera navidad: La Navidad de Cristo.