En el artículo anterior vimos los inicios de los dos principales movimientos reformadores del siglo XVI, el luteranismo y el calvinismo. En este escrito veremos el movimiento más radical de aquel siglo, el anabaptismo, y también nos detendremos para observar lo que sucedió en otros países cuando llegó a ellos la Reforma Protestante.
Los anabaptistas
El título anabaptistas significa rebautizadores y fue la forma en la que sus enemigos despectivamente los llamaban, puesto que no aceptaban el bautismo infantil sino que insistían en que se debía rebautizar a los adultos y por inmersión (similar los Bautistas de hoy).
Los anabaptistas, además, repudiaron el concepto que los luteranos y católicos tenían de la Iglesia y su gobierno, por lo cual el movimiento representó una específica ruptura dentro de la iglesia como organismo histórico. Ritschl afirma que su origen se remonta a los franciscanos espirituales de la última parte de la Edad Media, otros creen que su origen se remonta al movimiento de los valdenses. De lo que sí estamos seguros es que los anabaptistas no eran un grupo doctrinalmente coherente, ya que representaban varios grados de ortodoxia, desde la posición evangélica de Conrad Grebel (1498–1528) hasta el mucho más radical Baltazar Huebmaier (1485–1528), y Hans Denk (muerto en 1527).
Su común denominador era su insistencia en que sólo los adultos debían ser bautizados y en llevar una vida pacifista lejos de las relaciones tradiciones con el Estado y la sociedad.
Negaban las doctrinas de la depravación total del hombre, el pecado original, la elección y el castigo eterno, sosteniendo que el hombre tenía libre albedrío y que es capaz de una comunión directa y mística con Dios. Huebmaier y Denk predicaron un comunismo moderado junto con un quilialismo radical, lo que resultó en su persecución tanto por los católicos romanos como por los luteranos. Después de 1536 Menno Simons (de donde viene el grupo de los menonitas) llegó a ser su líder, trayéndolos dentro de la tradición de los reformadores.
Inglaterra
Después del reinado de Enrique VIII, su hijo y sucesor Eduardo VI impulsó grandemente el protestantismo en Inglaterra. Pero Eduardo murió y le sucedió su medio hermana María Tudor. Puesto que María era católica, durante su reinado se hizo todo lo posible por deshacer lo que los protestantes habían hecho durante los regímenes anteriores.
Muchos fueron muertos (incluso el arzobispo de Canterbury, Tomás Cranmer) y muchos más fueron al exilio. A la muerte de María, le sucedió su medio hermana Isabel, quien era protestante y durante cuyo largo reinado la lglesia de Inglaterra se afianzó. Los muchos exiliados que regresaron al país trajeron consigo fuertes convicciones calvinistas, de modo que el calvinismo se extendió por el país. El resultado fue una iglesia que, al tiempo que era calvinista en su doctrina, continuó toda práctica tradicional que no se opusiera a esa doctrina. Esta es la Iglesia de Inglaterra, de donde surgen las iglesias que hoy llamamos anglicanas y episcopales.
Escocia y otros países
En Escocia, el protestantismo se abrió paso gracias al apoyo de los nobles, quienes lo tomaron por estandarte en su lucha contra la corona. Su principal líder fue el teólogo calvinista Juan Knox. Puesto que estos protestantes se oponían al episcopado (i.e. forma jerárquica de gobierno en que los obispos tienen autoridad gobernante sobre varias iglesias), al que veían como aliado de la monarquía, organizaron su Iglesia basándose en una forma de gobierno en que los ancianos o presbíteros rigieran sus respectivas iglesias locales. Por ello, se les conoce a estas iglesias como “presbiterianas.”
En Escandinavia, el protestantismo que se abrió paso fue el luterano, y lo hizo sobre todo gracias al apoyo de reyes tales como Cristián III de Dinamarca y Gustavo Vasa de Suecia.
En Holanda, el protestantismo, esta vez el calvinista, se volvió elemento de identidad nacional en la rebelión contra los españoles. Cuando Holanda se hizo independiente, era francamente calvinista.
En Francia, el calvinismo logró numerosos adeptos, sobre todo entre la nobleza. Lamentablemente, la cuestión religiosa se vio involucrada en las disputas entre antiguas casas de la nobleza y en 1572, se produjo la matanza de San Bartolomé, en la que murieron miles de “hugonotes”, nombre que se les daba en Francia a los protestantes. Luego vino una guerra civil de la que salió vencedor el rey Enrique IV, quien antes había profesado ser protestante. Aunque Enrique luego se declaró católico, les concedió ciertas libertades y garantías a los protestantes.
Por último, en España hubo un fuerte movimiento reformador que a la postre fue aplastado por la inquisición. En ese movimiento se destacaron, entre otros, Juan de Valdés, Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera, estos últimos, traductores de la Biblia al castellano.
La Contra-Reforma
Buena parte de la teología católica de este período se dedicó a refutar el protestantismo. Entre los teólogos que se ocuparon de esta tarea se destacan Juan Eck, Pedro Canisio, Roberto Belarmino y César Baronio, entre otros.
La reforma católica se manifestó también en el surgimiento de nuevas órdenes monásticas. Santa Teresa de Jesús. con la colaboración de San Juan de la Cruz, se dedicó a reformar la orden de los carmelitas, lo cual resultó en la fundación de los “camelitas descalzos”. La otra gran orden fundada en esta época fue la de los jesuitas, fundada por Ignacio de Loyola.
Además, poco a poco el espíritu reformador se fue adentrando en la jerarquía católica, hasta que llegó a su apogeo en la persona del papa Pablo IV (1555–59). Esta reforma era mayormente de carácter moral y administrativo, pues al tiempo que se eliminaban los abusos y corrupciones, se centralizaba el poder en el papado, y se defendía la doctrina tradicional.
El punto culminante de la reforma católica fue el Concilio de Trento, que debido a una compleja serie de circunstancias políticas duró casi dieciocho años (1545–1563). En él se condenaron las tesis protestantes, se reafirmó la doctrina católica y se tomaron varias medidas para la reforma moral y administrativa de la iglesia.
Hasta el día de hoy, la iglesia de Roma sigue sosteniendo, en esencia, lo mismo que se afirmó doctrinalmente en el Concilio de Trento.
Referencias
González, J.L. (1995). Bosquejo de Historia de La Iglesia. Decatur, GA: Asociación para la Educación Teológica Hispana.