¿Qué es y cómo aplicarla?
Recuerdo haber tenido que tomar una serie de vuelos que prácticamente me llevaron dieciocho horas entre mi lugar de partida hasta mi lugar de destino. Para el último tramo, estaba terrible y profundamente cansado. Había pasado la noche anterior en el aeropuerto sin un sólo minuto de descanso real. Gracias a Dios, había tenido la oportunidad de elegir ventanilla. Lo que yo no sabía, es que detrás de mi un niño de entre cuatro y cinco años había elegido igual.
No tengo absolutamente nada en contra de los niños. Sin embargo, cuando comenzó a patear mi asiento mientras gritaba y hacía berrinche porque sus padres no le prestaban un teléfono celular, las cosas cambiaron bastante. Ahora bien, naturalmente mi desánimo y molestia no fue contra el niño. El no estaba haciendo nada sorprendente. Era un niño siendo niño, un pequeño ser humano egoísta expresando su egoísmo, un pequeño pecador pecando. Pero los padres estaban presenciando todo esto sin hacer absolutamente nada al respecto. Ni una llamada de atención, mucho menos una corrección. Nada.
Creo que la mayoría de los cristianos hemos pasado por una situación similar, y por nuestras mentes pasa la siguiente frase: “…si ese niño fuera mi hijo…”obviamente pensando en la corrección disciplinaria que utilizaríamos en ese caso. Por alguna extraña razón, las cosas cambian cuando estamos ante un caso que amerita disciplina eclesiástica. Cuando se trata de ejercer disciplina para con alguno de nuestros hermanos en Cristo tendemos a hacer caso omiso de lo que se encuentra claramente expuesto en la Palabra de Dios.
¿Qué es la disciplina?
El origen de la palabra es, hasta cierto punto, incierto. Sin embargo, su significado es bien conocido. La disciplina hace referencia a aquellas actitudes y comportamientos que sirven para instruir a una persona. El Diccionario Bíblico Holman la define de la siguiente manera:
Es el proceso por el cual Dios le enseña obediencia a Su pueblo. Por medio del elogio y la corrección, Dios guía a su pueblo, con la intención de que maduren hasta el punto en que la obediencia sea la regla en vez de la excepción a la regla.[1]
La palabra disciplina viene de la misma raíz que la palabra discípulo y discipular; y podemos tener por cierto que es parte esencial del discipulado.
En general, existen dos tipos de disciplina: positiva y negativa. Llamamos disciplina positiva a aquellas acciones como orar, leer y estudiar la Palabra de Dios, congregarnos para adorar a Dios en comunidad, ayunar, etc. También conocemos estas acciones como disciplinas espirituales (1 Tim.4:6-8). Por otro lado, existe este otro tipo de disciplina que es negativa o correctiva (algunos más la llaman punitiva). Este tipo de disciplina es el que nos ocupa en este artículo. Ahora, no debemos confundirnos, dijimos que la oración, el ayuno etcétera se conocían como disciplinas espirituales, pero la disciplina negativa o correctiva que muchas veces tememos también es espiritual.
Hermanos, aun si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado.
Gálatas 6:1 LBLA
Habiendo visto ya cuál es la naturaleza da la disciplina eclesiástica; en el siguiente artículo nos centraremos en identificar cuál es el fundamento sobre el que se construye la doctrina de la disciplina eclesiástica.
Notas:
[1]2001, Diccionario Bíblico Conciso Holman. Disciplina. Ed. B&H Español. Página 187.