PABLO: DE PERSEGUIDOR A SEGUIDOR DE CRISTO
❖ Leamos la Biblia: Hechos 9:1-9 NVI
Mientras tanto, Saulo, respirando aún amenazas de muerte contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote y le pidió cartas de extradición para las sinagogas de Damasco. Tenía la intención de encontrar y llevarse presos a Jerusalén a todos los que pertenecieran al Camino, fueran hombres o mujeres. En el viaje sucedió que, al acercarse a Damasco, una luz del cielo relampagueó de repente a su alrededor. Él cayó al suelo y oyó una voz que le decía: —Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? —¿Quién eres, Señor preguntó. —Yo soy Jesús, a quien tú persigues—le contestó la voz—. Levántate y entra en la ciudad, que allí se te dirá lo que tienes que hacer. Los hombres que viajaban con Saulo se detuvieron atónitos, porque oían la voz pero no veían a nadie. Saulo se levantó del suelo, pero cuando abrió los ojos no podía ver, así que lo tomaron de la mano y lo llevaron a Damasco. Estuvo ciego tres días, sin comer ni beber nada.
❖ Cantemos con gozo: “He decidido seguir a Cristo”
He decidido seguir a Cristo, he decidido seguir a Cristo, he decidido seguir a Cristo; No vuelvo atrás, no vuelvo atrás.
El Rey de gloria me ha transformado, el Rey de gloria me ha transformado,
El Rey de gloria me ha transformado; no vuelvo atrás, no vuelvo atrás.
La vida vieja la he dejado, la vida vieja la he dejado, la vida vieja la he dejado;
No vuelvo atrás, no vuelvo atrás.
Mi cruz levantó y sigo a Cristo, mi cruz levantó y sigo a Cristo,
Mi cruz levantó y sigo a Cristo; no vuelvo atrás, no vuelvo atrás.
❖ Reflexionemos en la Biblia: Hechos 26:1-23
El cambio es algo inevitable. Es algo que todos los seres humanos experimentan de una u otra forma a lo largo de su vida. Sin embargo, ninguno de esos cambios se compara con el que Dios hace en aquellos que ponen su confianza en Cristo. Existe una trasformación única de la que Dios es autor. Una trasformación que va desde adentro hacia afuera. Y si hay alguien que conoció esta clase de cambio radical y que nos puede ayudar de ejemplo, es el apóstol Pablo. Veamos cómo la gracia del Señor transformó la vida de este hombre.
Su vida antes de ser transformado
Antes de que tuviera aquel encuentro con el Señor Jesús (v.12-18), Pablo era un fariseo intachable que no conocía salvíficamente a Dios. En Hechos 26:4-5 leemos lo siguiente: “Todos los judíos saben cómo he vivido desde que era niño, desde mi edad temprana entre mi gente y también en Jerusalén. Ellos me conocen desde hace mucho tiempo y pueden atestiguar, si quieren, que viví como fariseo, de acuerdo con la secta más estricta de nuestra religión.”
Y en su carta a los Filipenses, Pablo nos habla sobre su lamentable condición delante de Dios cuando vivía como fariseo. Él escribe: “Sin embargo, todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo…No quiero mi propia justicia que procede de la ley, sino la que se obtiene mediante la fe en Cristo, la justicia que procede de Dios, basada en la fe” (3:7,9).
En otras palabras, Pablo no era salvo. Él había estado intentado ganar la justificación por medio de logros, actividades y esfuerzo farisaico. Sin embargo, todo ello había sido infructuoso.
Pero esto no es todo. Pablo también fue un perseguidor de la iglesia. “Pues bien, yo mismo estaba convencido de que debía hacer todo lo posible por combatir el nombre de Jesús de Nazaret. Eso es precisamente lo que hice en Jerusalén. Con la autoridad de los jefes de los sacerdotes metí en la cárcel a muchos de los santos, y cuando los mataban, yo manifestaba mi aprobación. Muchas veces anduve de sinagoga en sinagoga castigándolos para obligarlos a blasfemar. Mi obsesión contra ellos me llevaba al extremo de perseguirlos incluso en ciudades del extranjero” (Hch.26:9-11).
Este era Pablo.
Su transformación (conversión)
Todo esto cambio cuando “en uno de esos viajes iba yo hacia Damasco con la autoridad y la comisión de los jefes de los sacerdotes. A eso del mediodía, oh rey, mientras iba por el camino, vi una luz del cielo, más refulgente que el sol, que con su resplandor nos envolvió a mí y a mis acompañantes. Todos caímos al suelo, y yo oí una voz que me decía en arameo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Qué sacas con darte cabezazos contra la pared?” Entonces pregunté: “¿Quién eres, Señor?” “Yo soy Jesús, a quien tú persigues, me contestó el Señor. Ahora, ponte en pie y escúchame” (Hch.26:12-16a).
A partir de ese día, Pablo nunca fue el mismo. Dejó de ser aquel incrédulo fariseo y perseguidor de la Iglesia, y se convirtió por la gracia del Señor, en un verdadero creyente y seguidor de Jesucristo. Como en cierta ocasión expresó: “Anteriormente, yo era un blasfemo, un perseguidor y un insolente; pero Dios tuvo misericordia de mí porque yo era un incrédulo y actuaba con ignorancia. Pero la gracia de nuestro Señor se derramó sobre mí con abundancia, junto con la fe y el amor que hay en Cristo Jesús” (1 Ti 1:13–14).
Pero la gracia de la salvación no fue lo único que Pablo recibió aquel día que Cristo se encontró con él, también recibió el llamado a ser un apóstol. Él relata este llamamiento de la siguiente manera: “Me he aparecido a ti [Jesús le dijo], con el fin de designarte siervo y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a revelar. Te libraré de tu propio pueblo y de los gentiles. Te envío a éstos para que les abras los ojos y se conviertan de las tinieblas a la luz, y del poder de Satanás a Dios, a fin de que, por la fe en mí, reciban el perdón de los pecados y la herencia entre los santificados” (26:16-18).
Como podemos ver, Pablo ya no era un enemigo de la iglesia. Ahora sería un siervo y apóstol de Jesucristo para beneficio de la iglesia y de las naciones. Ahora él sería un predicador, un heraldo que daría testimonio del Evangelio al mundo, para la gloria de Dios.
Y como apóstol de Jesucristo, también experimentó muchas tribulaciones. En una de sus cartas dijo: “He trabajado más arduamente, he sido encarcelado más veces, he recibido los azotes más severos, he estado en peligro de muerte repetidas veces. Cinco veces recibí de los judíos los treinta y nueve azotes. Tres veces me golpearon con varas, una vez me apedrearon, tres veces naufragué, y pasé un día y una noche como náufrago en alta mar. Mi vida ha sido un continuo ir y venir de un sitio a otro; en peligros de ríos, peligros de bandidos, peligros de parte de mis compatriotas, peligros a manos de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el campo, peligros en el mar y peligros de parte de falsos hermanos. He pasado muchos trabajos y fatigas, y muchas veces me he quedado sin dormir; he sufrido hambre y sed, y muchas veces me he quedado en ayunas; he sufrido frío y desnudez. Y como si fuera poco, cada día pesa sobre mí la preocupación por todas las iglesias” (2 Co 11:23–28).
Como se puede observar, aquel Pablo que persiguió ferozmente a la Iglesia, ahora estaba siendo perseguido por ser parte de la Iglesia, y eventualmente moriría por causa del Evangelio.
Tú y yo, también hemos sido transformados por Cristo. Hemos pasado de ser enemigos de Dios a ser amigos y familia del Señor mediante la fe, y todo esto por pura gracia. Gocémonos, entonces, que gracias a la obra de Cristo realizada hace dos mil años, ahora tenemos salvación y una vida nueva. “Por tanto, al Rey eterno, inmortal, invisible, al único Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén” (1 Tim.1:17).
❖ Dialoguemos en grupo:
¿Cómo resumirías el testimonio de Pablo?
Comparte brevemente tu testimonio de cómo la gracia del Señor te cambió.
❖ Oremos en familia:
Roguemos al Señor que perdone nuestros pecados y nos ayude a serle fiel.
Oremos por los que están enfermos debido al Covid-19, por sus familiares y por los médicos y enfermeros que velan por su salud.